—Aquí, en ambas historias, el espacio es un personaje más. No tanto porque los personajes reaccionen a él, es decir, no sé cuánto están condicionados por el espacio, pero sí para explicar cómo están. En en el caso de Déborah, cuando está en el campo es una mujer joven, inocente; cuando llega a Londres es una mujer que ha vivido un gran cambio, ha crecido y ya es distinta; y cuando llega a Massachusetts es una mujer de 56 años, que en ese momento, en el siglo XVII, era una anciana. Su manera de relatar lo que ven explica también quiénes son ellas en ese momento, y lo mismo le pasa al personaje de Barcelona. Lo que ella narra, más allá de la ciudad nos muestra su descripción de la ciudad, que es un poco una visión construida totalmente desde el cinismo. Nada de lo que pasa a su alrededor le apela, siente que no hay nada con lo que pueda conectar.
—¿Cómo fue el proceso de escritura? ¿Cómo construyó las dos historias, las escribió a la vez?
—Las escribí prácticamente por separado, y luego las trencé hacia el final. Es muy curioso porque ambas tenían el mismo número de capítulos, sin haberlo yo planteado así. Empecé con el personaje contemporáneo, casi entero, y ya en Madrid escribí la parte del siglo XVII, aunque había comenzado estudiando esta historia primero. A Déborah la escribí al amanecer, a primera hora de la mañana, entre las seis y las nueve. Creo que esa parte exigía una cierta disciplina y esa hora, en la que todo está en calma, me ayudó mucho para construir ese personaje, me ponía en un lugar de mucha más calma, me situaba en otro ritmo.
—El tono y el lenguaje son muy distintos en las dos historias; parecen historias de autores diferentes.
—Creo que lo requería, no puedes escribir de la misma manera un personaje de hace cuatro o cinco siglos que uno actual. Tenía que notarse un ritmo vital distinto, en la vida, en los tiempos, en los horarios; el del siglo XVII es además un personaje que es mayor que el contemporáneo, debía advertirse esa madurez a la hora de narrarlo.
—¿Hay vínculos entre ambos personajes? ¿En qué se parecen?
—Primero se parecen, por supuesto, en que salen de su espacio y tienen que transitar en otro, y en que utilizan ese momento para rememorar su pasado, cómo han llegado hasta ahí. La pregunta que se hacen es «dónde estoy» y «cómo he llegado hasta aquí». Además, las dos han tenido desengaños amorosos. Déborah elimina la la posibilidad del amor en pareja en el momento en el que muere su marido, podría haberse vuelto a casar perfectamente o tener vida más allá, pero ni lo concibe. Y el personaje contemporáneo se pregunta sobre el amor y sobre la pareja, y sobre lo que le ha pasado en pareja, pero también elimina esa posibilidad en un momento dado. Me gustaba jugar con esa idea, con la idea de esperanza no construida desde el amor, sino desde otro lugar, sobre qué pasaría si pensáramos de otra manera.
—¿Por qué el personaje contemporáneo no tiene nombre?
—Fíjate, ninguno de los de la historia contemporánea, salvo Victoria, lo tiene. Su pareja no tiene nombre, sus amigas tampoco. Quería que aunque ella fuera muy concisa en sus descripciones tuviera algo un poco neblinoso. Ella camina a veces como en una especie de neblina, que es lo que le hace estar preguntándose cosas, y para eso que los personajes no tuvieran nombre me resultaba más fácil.
—La amistad es un tema que atraviesa ambas historias.
—La amistad en estos dos personajes tenía que funcionar como una especie de bálsamo posible ante tanta desolación, porque las dos comienzan en un momento complicado, necesitaba algo a lo que agarrarlas, y la amistad es un gran asidero vital y emocional; para ellas tenía que funcionar como una posibilidad.
—¿Funciona más como salvavidas la amistad femenina que la masculina?
—Creo que los hombres tienen grandes amigos. De hecho, se están construyendo grandes historias de la amistad masculina también en lo literario y en lo cinematográfico, relatos que están explicando los vínculos entre hombres de una manera muy interesante y muy necesaria. Quizá lo que pasa es que antes no estaban tan expuestos. Lo que sí está claro es que la amistad femenina es un recurso muy interesante literariamente. Yo recuerdo a mi abuela y a otras mujeres de la edad de mi abuela que en la viudez sus amigas se convertían en un universo muy importante después del matrimonio, y creo que eso es algo que no solo pasa a ciertas edades. A los amigos es a quiénes acudes cuando tienes dolor, cuando tienes preocupaciones. Es un vínculo vital.