Emilio Lamo, doctor en Sociología: «El cambio que viviremos será mucho más potente que la Revolución industrial»

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«Todo el mundo ha sido necesario para construir tu teléfono», nos advierte el premio nacional de sociología, experto en relaciones internacionales, que cartografía la nueva situación mundial en «Entre águilas y dragones. El declive de Occidente», premio Espasa 2021

15 ene 2022 . Actualizado a las 12:04 h.

Nuestro futuro no se va a jugar, se está jugando ya entre águilas y dragones, con el avance ansioso de Oriente, advierte el catedrático emérito de Sociología, experto en relaciones internacionales, Emilio Lamo de Espinosa (Madrid, 1946). «Hoy estamos en un punto de inflexión. La hegemonía de Occidente ha quedado atrás», señala. Su libro Entre águilas y dragones. El declive de Occidente es un intento de «cartografiar la nueva situación y comunicarla en un lenguaje comprensible y razonable».

 Los pilares que sostienen el mundo occidental están siendo barridos por la historia, apunta el fundador del Real Instituto Elcano. El año que cambió el mundo no fue el 2020, según Emilio Lamo, sino 1989, un año que es «sobre todo un muro, un muro que divide una ciudad, Berlín, pero que extiende mucho más allá, por toda Europa», escribe. El sociólogo analiza, mirando atrás pero enfocándose en el mundo que viene, el papel histórico de Europa en el mundo, el desafío que suponen las potencias emergentes y revela cuál es el mayor problema de España. 

En uno de los ejemplos más curiosos de Entre águilas y dragones, Lamo sostiene que «llevamos el mundo en el bolsillo sin darnos cuenta». Todo el mundo ha sido necesario para construir tu teléfono, apunta. Para construirlo hacen falta «un árbol de interacciones» que abarca decenas de países, desde los productores de las materias primas hasta los diseñadores o los fabricantes de los diversos componentes, transportistas, envasadores, comercializadores... 

­—Nos previene de las miradas antiglobalizadoras. ¿No entiende el recelo?

—La globalización nos ha unido, pero en muchos países ha generado una división entre dos grupos sociales: los globalizados (con estudios, con trabajos estables y buenos salarios) y los territorializados (con poca formación, trabajos precarios...). Esa división ha generado una reacción. Los territorializados buscan la protección vieja del Estado nación. Eso es Le Pen en Francia, el trumpismo; en alguna medida, Vox en España. Es una reacción antiglobalizadora que lo que hace es mirarse al ombligo.

­—¿Es el resultado de años de haber descuidado la protección de lo propio?

—La Transición fue un éxito porque los españoles decidimos mirar hacia fuera y adelante. Mirar hacia delante es tratar de resolver los problemas de nuestros hijos, no las querellas de nuestros abuelos.

­—¿Estamos mucho hoy en esas querellas?

—Recuperar la historia está bien, pero no debemos confundir la historia con la memoria. La expresión Memoria histórica es casi un oxímoron.

—¿Cuál es su diagnóstico hoy de España, Europa y el conjunto del mundo?

—No somos capaces de articular una comunidad, una gobernanza global. Y tenemos problemas globales: la pandemia, el cambio climático, las emigraciones... Quizá el problema más importante del XXI es que no tenemos instrumentos para gestionar estos problemas que tenemos. Los sistemas multilaterales fallan. Caminamos hacia una reestatalización, un mundo westfaliano.

—¿Por qué fallan esos sistemas?

—Porque los países están volcándose hacia dentro. Se impone en EE.UU. el eslogan de Trump: «America only». Y a China lo que le interesa es su propio crecimiento. Si entras en el cuartel general de la humanidad, ¡está vacío! Estados Unidos se ha ido porque no quiere asumir responsabilidades globales. Y China no ha entrado porque aún no le interesa. No es ni un G-20 ni un G-2. Es un G-0. Aquí no hay nadie.

—¿Subestimamos a la India?

—Sobreestimamos a Rusia, una «potencia regional», como dijo Obama. Y tenemos potencias infravaloradas, como es el caso la India. Es el país, en Asia, que tiene que hacer el equilibrio frente a China. China, a diferencia de la vieja Unión Soviética, no pone condiciones. China comercia y puntualmente ayuda, pero no pretende imponer un modelo. Y eso gusta en muchos sitios...

—Pero las condiciones suponen garantías.

—El problema de China es su propia existencia. La enorme China, creciendo al 8 o al 10%, los recursos que necesita de todo (hierro, aluminio, petróleo, agua, aire) son inmensos. Pero China no va a desaparecer, tampoco la India. Debemos hacer sitio a esos inmensos países. Es inevitable.

—¿Cómo será la gran transformación del mundo que avanza?

—El cambio será más potente que la Revolución industrial, que fue muy lenta. Desde la Revolución industrial, las emisiones no han parado de crecer y la concentración de CO2 es la más alta de los últimos dos millones de años. Esta transformación que vivimos avanza a toda velocidad y es profunda. Una variable clave  es el proceso urbanizador. En el 2007, por primera vez la población urbana del mundo superó a la rural. Nada cambia más los comportamientos, creencias y hábitos que pasar de vivir en una aldea de 80 habitantes a una urbe de cinco millones. Algo relevante también es el proceso de homogeneización cultural, la «cocacolización» del mundo: todos vestimos igual, las casas son iguales, las universidades... El mundo es un mestizaje, una coctelera, un gazpacho de estilos de vida, artes marciales, comida... En esa coctelera, Occidente aporta más de lo que recibe. Pero todo el gran crecimiento demográfico se ha dado, desde los 50, en el Tercer Mundo. Europa era el 25 % del mundo cuando nací, hace 75 años; ahora, es un 7 %. En Europa solo hay dos clases de países: los pequeños y los que no saben que son pequeños y se están enterando ahora... Europa tiene que unirse. Si no, su historia se escribirá fuera. Los europeos estamos más dispuestos a una Europa fuerte de lo que lo están los Estados y los políticos.

—«El futuro de España está fuera de España», subraya.

—Sin duda. España es un pequeño país que, en sí, no cuenta gran cosa. Cuenta en la medida en que es capaz de articularse con Francia, Italia, Alemania. Dentro del marco de la UE somos relevantes y en América Latina, pero aislados, claramente, no lo somos.

—España tampoco está entre los países con mejor reputación del mundo...

—España tiene mejor reputación fuera que dentro. Tú preguntas a los españoles sobre la calidad de la democracia española y te dirán que es deplorable, pero en los ránkings de democracia más rigurosos estamos siempre entre los 20 primeros países.