Triángulo de Amor Bizarro mira al directo con ojos de excitación

FUGAS

MARCOS CREO

El grupo de Boiro, que acaba de ganar el premio MIN al mejor disco del año, ya vibra en los escenarios y se toma su revancha del 2020

25 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En Triángulo de Amor Bizarro los discos no se terminan una vez que se apaga el rec del estudio y se envía el material para su publicación. Lo que ocurre con esas canciones sobre el escenario -donde se malean, se transforman y cobran nueva vida cada noche- es parte también de cada uno de sus elepés. Cuando el álbum es de las características de Triángulo de Amor Bizarro (2020), aún más. «Este es un disco de refundación, en el que cogíamos las ideas del pasado y las traíamos a nuestro presente para volver a empezar. Y nos falta toda una parte, el directo», explica Rodrigo Caamaño, voz y guitarra del grupo que completa Isabel Cea (bajo y voz), Zippo (teclados y guitarra) y Rafael Mallo (batería).

A los cuatro los podíamos ver la semana pasada sonrientes, recogiendo el galardón de los premios MIN al mejor disco del año. También a su productor, Carlos Hernández, portando la estatuilla que ensalzaba su labor a los mandos técnicos en la grabación. La distinción se suma al premio Ruido, obtenido a principios de año. También a sus posiciones privilegiadas en la prensa especializada dentro de las listas de lo mejor del año. Todo ello les ha dado notoriedad. También esa presencia en redes sociales por la que tantas estrellas en ciernes suspiran. Para ellos es un simple sucedáneo de lo importante. «Nosotros somos tan de conciertos y tan poco de redes sociales...», reflexiona Caamaño. Y vuelve a fijar sus ojos en el directo.

A medida que se rebajan las restricciones pandémicas, en su agenda se suman las fechas. Mañana, por ejemplo, actúan en Viana (Navarra). Luego, vendrán Oviedo, Tarrasa, Córdoba y Palma de Mallorca. El listado de incrementa día a día. En Galicia estarán el 31 de julio en el ciclo TerraCeo de Vigo. Y más que vendrán. «Se están cerrando cosas. Estamos haciendo los conciertos que tenían que haberse hecho hace año y medio», se ríe Caamaño. El 2020 resultó frustrante. Al sacar el disco en los primeros días del confinamiento, toda su promoción y desarrollo estuvieron condicionados a ello. Cuando en verano parecía abrirse todo a la luz, empezó de nuevo la catarata de cancelaciones.

Hubo una especialmente dolorosa. En el festival Noroeste de A Coruña, que tendría que haberse celebrado en agosto, figuraban como cabeza de cartel de la primera jornada. Se encontraban probando sonido por la tarde, cuando les llegó el mensaje al escenario: no iba a poder ser. La Xunta acababa de anunciar en una rueda de prensa que se suspendían todas las fiestas en Galicia. El festival, enmarcado en ellas, desaparecía cuando estaba a punto de empezar. De recuperarse este año -aún no está confirmado-, lo justo sería que la banda volviera a ese lugar estelar del que tuvieron que apartarse en el 2020.

Un provocativo milagro sonoro

Triángulo de Amor Bizarro empezó su andadura en A Coruña, en el año 2004. Un grupo de universitarios inquietos decidieron embarcarse en un proyecto musical en el que dar rienda suelta a su pasión por el ruido. Iban a contracorriente del ambiente de la ciudad, muy metida en el garage-rock y las reformulaciones sixties. Ellos miraban a la santísima trinidad del indie de los noventa, Sonic Youth-Pixies-Pavement, desde la óptica patria de Los Planetas y Surfin' Bichos. Se escoraban deliberadamente hacia la nube de Jesus & Mary Chain, My Bloody Valentine y Spacemen 3. Así chocaron frontalmente contra lo que sonaba en A Coruña. Se convirtieron en una banda de amor/odio. Sus detractores -muchos, más incluso que sus fans- decían que no iban a llegar a nada. Se equivocaron. Totalmente.

El coruñés Marcos Collantes vio el brillo oculto en las polémicas. Apostó por ellos. Los fichó para su discográfica Mushroom Pillow. Les dio medios para registrar y editar sus trallazos sonoros. Al primero, Triángulo de Amor Bizarro (2007), le siguieron Año santo (2010), Victoria mística (2013), Salve discordia (2016) y el último, que se llama de nuevo como el grupo. Ha tenido una revisión con Detrás del espejo. Variaciones y ecos (2021). Ahí su música muta en sonidos industriales, flamencos y electrónicos en una pirueta imposible.

Viendo aquel punto de partida y su desenlace -siempre ofreciendo uno o dos caramelos pop por álbum, pero, sobre todo, apostando por la lija y el borrón ruidista- a veces se puede pensar en que su éxito es, en realidad, un milagro. «Un poco, sí», admite Caamaño. «Nunca hemos tenido un planteamiento estratégico de llegar a algo. Seguimos con el mismo estilo de siempre, haciendo conciertos y lanzando material», añade. Adelanta que de esta hornada aún queda material, pero sobre todo queda llevar a los directos su música. Rabiosa y radiante. «Ya hemos tocado en algunos festivales y va como un tiro. El motor está caliente y quedan muchos conciertos por dar», indica.