Jacobo Bergareche, escritor: «Es una esclavitud muy grande estar amando locamente, como Las Grecas»

Ana Abelenda Vázquez
ana abelenda REDACCIÓN / LA VOZ

FUGAS

Jacobo Bergareche, en el Café de Macondo, de A Coruña, horas antes de la presentación de su novela «Los días perfectos» en la Librería Moito Conto
Jacobo Bergareche, en el Café de Macondo, de A Coruña, horas antes de la presentación de su novela «Los días perfectos» en la Librería Moito Conto ANGEL MANSO

«Podría llenar el Café de Macondo con todas las cartas de amor que he escrito», asegura el autor de «Los días perfectos», que revela la correspondencia inédita de Faulkner con la que fue su amante durante 30 años

25 jun 2021 . Actualizado a las 00:06 h.

Todos hablan de Los días perfectos. Nosotros hablamos con el autor de esta pequeña caja sorpresa de cartas de amor unas horas antes de la presentación de la novela en A Coruña. A Jacobo Bergareche (Londres, 1976) le cuesta llamarse escritor, pero lo es, dice, gracias a una profesora coruñesa. «Lo que me trajo aquí la otra vez que vine a A Coruña fue despedirme de mi profe Pura Sotillo cuando se estaba muriendo de cáncer. Ella fue la que me descubrió lo de leer y escribir. La recuerdo recitando a León Felipe, el poema Romero sólo, que es precioso. Pensé: 'Esto es mejor que el rock and roll'», revela el autor en el coruñés Café de Macondo media hora antes de que suene esa canción de Neil Young que dice: «It's better to burn out than fade away».

-Todos hablan de «Los días perfectos», que son muy pocos en la vida, según leemos en esta novela. ¿Cuánto tarda uno en saberlo?

-Te das cuenta mirando el retrovisor. Hay un poema de Pessoa que dice: «Por que é que, para ser feliz, é preciso não sabê-lo?». Es como cuando estás soñando y te das cuenta de que estás soñando. Ese es el momento en que te despiertas. Es importante construir la memoria, si no se desvanece. Después de la muerte de mi hermano [Roque Bergareche, asesinado en Angola en el 2012] empecé a ver la construcción de la memoria como único remedio para amortiguar la pérdida. Los momentos felices son los lugares que te permiten iluminar los días oscuros. Son un depósito de felicidad, hay que usarlos como una linterna.

«Te pones una telenovela turca y te enganchas en dos capítulos, es peor que la heroína. ¿Por qué nos gustan tanto las historias de amor?»

-Imaginar es una manera de recordar y de vivir. Esto también está en la novela.

-Tengo un amigo neurocientífico, Mariano Sigman, que dice que cuando recuerdas, cuando sacas un momento del archivo de la memoria, se convierte en un archivo editable. Vamos transformando lo que nos pasa, lo cambiamos al hacer el relato. Los días perfectos tiene mucho de imaginario, aunque no lo parezca.

-Nos descubres cartas inéditas de Faulkner a Meta Carpenter, la que fue su amante durante 30 años. Incluso viñetas del Nobel. ¿Son reales?, ¿cómo llegaste a ellas?

-Son todas reales y fue algo totalmente casual. Estaba viendo correspondencia de escritores, de muchos. Las cartas de Faulkner siempre se habían mantenido ocultas, tuvimos que pedir permiso hasta cinco veces para que nos las dejaran. Cuando te encuentras una carta de amor, no puedes parar de leer. Tú te pones una telenovela turca y te enganchas en dos capítulos, es peor que la heroína. La película que más veces se ve en televisión es Pretty Woman. La has visto 50 veces, pero te la ponen y la vuelves a ver. ¿Por qué nos gustan tanto las historias de amor? Tendré que preguntarle a mi amigo Mariano Sigman. Hay ahí un anhelo, todos queremos sentir eso...

-El deseo disipa el tedio, que es un tema central en la novela. Es fácil verse reflejado en ese tedio de un matrimonio de años, por buena que sea la relación.

-El tedio es como una especie de maldición que empieza en el XIX con Baudelaire y el spleen. El aburrimiento, esa sensación de vida vacía, de hastío, es uno de los grandes temas de la modernidad. Antes la gente no se planteaba si se aburría, ¡se morían con 35 años! No les daba tiempo. Ahora cada vez vivimos más y tenemos más tiempo para aburrirnos.

-¿No da frutos espléndidos el tedio?

-El tedio es un caldo de cultivo de todo tipo de fantasías, hace que te digas: «Y si mando mi vida a tomar viento, y si me salgo de la carretera y me pierdo...».

-La arquitectura de «Los días perfectos» se sostiene en dos cartas de amor, parecidas, a dos mujeres, la amante y la esposa. Maravilloso y espeluznante a la vez. ¿Son esas dos cartas el espejo de las dos grandes edades del amor, deseo y tedio?

-Eso es lo interesante... Son esas dos edades absolutamente, y diría que hay otra tercera, que es el único amor que no se gasta nunca, el de los padres a los hijos. Con el tiempo, en la vida aspiramos a tener solo un día logrado, un día grande, como decía Handke. Y es una buena aspiración. Pero tienes que estar abierto a que te ocurra, porque hay gente que dice que esas cosas no le pasan...

-¿Crees a esa gente?

-No, no me la creo. Aunque no llegues a hacer nada, todo el mundo fantasea con alguien que ve en el autobús o en un café cinco minutos. Uno se escapa constantemente de su vida inventándose cosas y luego vuelve a ella. Otros no inventan, lo llevan a cabo. Faulkner entre la pena y la nada, elige la pena, pero te lees su correspondencia y ves que todo acaba en la nada.

-Si todo acaba en la nada, ¿vale o no la pena?

-Bueno... El dolor es una prueba de que las cosas han ocurrido. Pedro Salinas tiene un poema en La voz a ti debida que dice: «No quiero que te vayas, dolor, última forma de amar».

« Hay una charla muy buena de la psicoterapeuta Esther Perel que dice que el mayor motor de las infidelidades no es tanto la satisfacción de un deseo como la necesidad de vivir otra vida. A veces estamos muy ahogados en la persona que somos»

-¿Y tú, eliges el dolor a la nada?

-¡Yo elijo el ron! [risas] La pasión es un sentimiento egoísta, cegador, que te somete a una monomanía. La disyuntiva entre la pena y la nada en realidad es falsa, hay más cosas entre las que podemos elegir.

-«Los días perfectos» recuerda un poco a «La uruguaya» de Pedro Mairal.

-Totalmente, sí. Esta novela es al final la historia de un regreso. Hay una charla muy buena de la psicoterapeuta Esther Perel que dice que el mayor motor de las infidelidades no es tanto la satisfacción de un deseo como la necesidad de vivir otra vida. A veces estamos muy ahogados en la persona que somos.

-¿Escribes cartas de amor?

-¡Podría llenar este café con todas las cartas de amor que he escrito! A mí me fiaban en la oficina de correos de Aravaca. De los 15 a los 18 yo escribía casi una carta de amor al día.

-No a la misma persona...

-No, a tres o cuatro personas que, si no las han tirado, deben de tener cajas de cartas que les he mandado. Yo tengo dos cajas grandes de cartas de amor que me han escrito y tengo cartas que no he mandado. Tengo una que le escribí con 17 años a una chica que me dejó y se me mojó. Es curioso, la mitad del texto ha desaparecido. 

-¿Amor y pasión son lo mismo?

-No. El campo semántico del amor está hoy muy reducido. Creo que los griegos tenían 16 palabras para designar los distintos tipos de amor. Es importante tener un lenguaje que permita designar los diferentes matices y etapas de una relación. El banquete de Platón es una obra muy interesante sobre esto.

-¿No se puede reavivar la llama en una pareja de años, eso son chorradas de coach o de revista, como dice Luis en la novela?

-Hombre, puedes tener un día apasionado, una noche de vez en cuando, pero volver a la fase pasional de los dos primeros años de una relación es imposible, nunca se vuelve ahí.

-A veces también se necesita un poco la nada para compensar las penas y las furias del amor, ¿o no?

-Hay una esclavitud muy grande en estar amando locamente como Las Grecas. Ese estado de agitación pasional permite hacer muy poco. Puede ser insoportable. Cuando lo veo en amigos, que se vuelven a enamorar y dicen que aman como nunca a los 50 palos... Te hablan con un adanismo, como si solo ellos conocieran el amor. Igual que los que tienen el primer bebé, como si nadie hubiese sido padre antes que ellos.

-Es algo común. Todos somos un poco así, pero igual no nos lo vemos. Desde fuera se ve patético.

-Patético y apasionado tienen la misma raíz, pathos, tiene que ver con 'padecer'. Hay que hacer caso a los griegos, no se equivocan.