¿Eres sapiens o neandertal?

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El libro de Arsuaga y Millás plantea de un modo divertidísimo las grandes preguntas: quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos. No se lo pierdan

21 abr 2022 . Actualizado a las 10:54 h.

Escribo con la página en blanco y tengo tal entusiasmo que temo no ser todo lo expresiva y reflexiva para demostrarles mi admiración por el libro que acaban de publicar Juanjo Millás y Juan Luis Arsuaga. Necesito que lo lean, aunque sea por puro egoísmo, porque quiero compartir con más gente la ilusión que me ha hecho. Nos daría para tantas conversaciones, para tantas preguntas, para tantas deliberaciones y para tantos análisis sobre sus protagonistas que solo de imaginarlo siento el mismo revuelo, la misma risa y la misma alegría que me ha producido esta maravillosa obra que lleva por título La vida contada por un sapiens a un neandertal. Te metes en ella con el subidón de una película de aventuras, disfrutas como en un thriller en el que no sabes cuál es el siguiente giro de guion y te asombras con la profundidad y el conocimiento de dos hombres enfrentados a las grandes cuestiones de la humanidad.

Juanjo Millás, al que le debemos el ingenio del planteamiento del libro y de su escritura ágil, se posiciona como neandertal, y Arsuaga, cómo no, es el sapiens-sapiens en esta historia sobre la historia en la que los dos se asocian en una especie de Quijote y Sancho, o mejor, de Sancho y Quijote, que cabalgan juntos (en metro o en el Nissan de Juan Luis) por los caminos de nuestros antepasados, pero con la gracia y la frescura del lenguaje de hoy. Para entendernos. De ahí que su ejemplaridad resulte tan atractiva para el lector, porque bebiendo de esa tradición literaria tan fructífera en la Edad Media, en que el discípulo pregunta y el maestro enseña, como en aquel Conde Lucanor, su didactismo, sus exempla están llenos de comicidad. La mayoría de las veces la pone el neandertal Millás, y otras el sapiens Arsuaga, que es capaz de explicarnos en una sex shop (el capítulo es para partirse de risa) la falta de competencia espermática de nuestra especie.

«La vida sexual de una hembra chimpancé es de un mes cada cuatro años, ahora bien, durante ese mes puede copular con diez machos el mismo día. Cuando se copula así, los espermatozoides compiten por fecundar ese óvulo. Piensa en una eyaculación normal nuestra [le dice Arsuaga a Millás]: es de unos trescientos millones. Haz cálculos, diez cópulas al día durante un mes. El macho que produce más espermatozoides tiene más posibilidades de que sus genes pasen a formar parte de la cría. Y de eso se trata. De perpetuar los genes. Los testículos de los chimpancés son del tamaño de un huevo de una gallina. Los nuestros, del de una nuez. Nuestros antepasados tuvieron competencia espermática, pero ahora ya no la tenemos porque hemos formado parejas estables». «Pero el pene humano es más ancho que el de cualquier otro primate, ¿por qué?», pregunta el maestro. Yo no se lo desvelaré, ya les digo que mi objetivo es que lo leean. Así que sigo.

«Vas vestido como si fueras a la presentación de un libro en el Palace, ¿no conoces Decathon?»

Con esa mirada aguda y al tiempo despreocupada del sabio Arsuaga, Millás se construye como un neandertal desubicado en un mundo desconocido en el que siempre se ha sentido el raro. Es el tímido en un entorno excesivamente social. Arsuaga lo apabulla con la naturalidad del antropólogo, así que en otro capítulo, antes de recogerlo para llevarlo a ver unas maravillosas pinturas paleolíticas, se impresiona con el aspecto de Millás: «Vas vestido como si fueras a la presentación de un libro en el Palace, ¿no conoces Decathlon?», lo provoca el sapiens. «Te llevaré».

«Los artistas prehistóricos para alcanzar esta perfección tenían que haber practicado mucho. Simplicidad estilística no implica simplicidad mental»

Las pinturas de los bisontes —nos descubre Arsuaga— son de una simplicidad estilística que hay quienes creen que las pueden hacer los niños de 9 años. Y cómo no, el paleontólogo dirige al neandertal a un colegio para demostrarle lo increíble: los críos de esa edad no dan pie con bola dibujando esa misma figura. «Simplicidad estilística no implica simplicidad mental [...]. Los artistas prehistóricos para alcanzar esta perfección tenían que haber practicado mucho, tal vez en la arena de la playa o la de un río con un palo. No sale a la primera». Eso conduce a Arsuaga a reflexionar sobre el tamaño del cerebro para explicar que uno de los misterios de la biología humana es que los críos tengan el cerebro de un adulto en un cuerpo tan pequeño. «En el resto de los mamíferos el desarrollo es gradual; es una estrategia nuestra: hay que socializar. Y cuanto más pequeño sea el cuerpo, mejor, porque sale más barato: consume menos calorías».

Está en este libro, por supuesto, la certeza de que aún seguimos teniendo algo de pez, que somos una quimera (con un tronco de un tipo y nuestro bipedismo que es una perfección mecánica); está la oda al fémur, el hueso al que le debemos todo; la cuestión de los distintos pueblos (que no razas) y el porqué de los ojos rasgados de los chinos. Y está el gran debate que plantea Arsuaga: somos una especie domesticada, cada vez somos más mansos. «Los seres humanos jugamos toda la vida y jamás llegamos a adultos», explica. ¿En qué consistiría para un ser humano llegar a adulto?, pregunta desnortado el discípulo Millás. «En convertirse en neandertal», responde rotundo el sabio.

«En el paleolítico eran igual de listos que nosotros, si no más. En el neolítico empieza a joderse todo»

De la belleza de las pinturas rupestres a contar la dieta del paleolítico hay un paso y el pie para avanzar lo da de nuevo el sapiens Arsuaga: «En esa época no tenían un gramo de grasa, eran igual de listos que nosotros, si no más. Eran coquetos, se pasaban el día decorándose, embelleciéndose, y para mí eso refleja un estado de ánimo. Porque la gente deprimida se abandona». «En el Neolítico es cuando empieza a joderse todo, cuando surgen los silos y los graneros empieza el aburguesamiento. Es lo que afirman Harari y Christopher Ryan», revela Arsuaga, que desmonta la teoría de que ahora vivamos más tiempo. Pero, claro, no les diré por qué.

Sí les confirmo con devoción que Millás es la voz de este libro, el que se ha comido las horas y horas de grabación de las conversaciones con Arsuaga y el que ha sufrido más resfriados debido a las excursiones en plena naturaleza. Pero sin esa manera tragicómica que tiene él de narrar, no habría el salseo y el cotilleo de acercarse a estas dos vidas, a estos dos hombres y a sus contrarias formas de ser que se agradece tanto. Millás aviva la reflexión y anima la lectura de las 216 páginas que se te van en un volao y que piden, por favor, segunda parte. Léanlo. Así podremos hablar. La historia debe continuar.