El guerrero sin nombre en la espiral del tiempo

FUGAS

cedida

Adolfo Serra aporta sus delicadas ilustraciones a una nueva edición del poemario «Memoria de la nieve», de Julio Llamazares

19 abr 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

«Mi memoria es la memoria de la nieve». El verso que abre el segundo poemario de Julio Llamazares, Memoria de la nieve, encierra, como una vaina, la semilla que ha florecido en todos sus libros, ya que ella contiene el ADN de su literatura, igual que otro verso de su libro anterior, La lentitud de los bueyes: «Todo es tan lento como el pasar de un buey sobre la nieve».

Ambos libros, publicados originariamente en 1979 y 1982, comparten una filiación estética y temática, por lo que era inevitable que ambos compartiesen las tapas de un mismo volumen, una edición que Hiperión no ha dejado de reeditar desde 1985. Como explica el propio Llamazares en el prólogo de esta nueva versión, esta ha nacido por el empeño de Nórdica de incluir Memoria de la nieve en su colección de libros ilustrados, cometido que ha resuelto Adolfo Serra con notable pericia.

Escrito hace 38 años

Es tal la ascendencia del poemario sobre la obra posterior de Llamazares que en el nuevo prólogo el escritor sostiene que si tuviese que volver a escribirlo, 38 años después, «no cambiaría ni una coma». Entonces, el escritor había llegado a un Madrid que a su condición de capital de España sumaba la de faro de la fiesta moderna que había tomado el país tras la dictadura. Una de las consecuencias aparejadas fue un mínimo interés por lo rural y los paisajes que no fuesen radicalmente urbanos, identificados con un pasado que se quería dejar atrás con la ayuda de un conveniente olvido. Llamazares, en cambio, fue contracorriente, con libros singulares como El río del olvido o, especialmente, La lluvia amarilla, troncos literarios cuyas raíces se imbrican íntimamente con los poemarios previos.

En ese contexto, no resulta difícil imaginarse a Llamazares como el descendiente de una estirpe antigua y casi extinta que había habitado los montes de su León natal, cuyos vestigios afloran entre la vegetación y las rocas a quienes sepan y puedan verlos con ayuda de los versos. «He aquí la tumba del guerrero sin nombre, bajo el tojo amarillo y el silvestre rosal», arranca el poema numerado como 24, inserto en un ciclo de 30, como si de un ritual del calendario se tratase. Los guerreros, los bardos, las mujeres, los cazadores, los que «silbaron como cierzo en la noche» o bebieron «licores azules» con «racimos de brasas en sus bocas», deambulan por los versos como fantasmas de una civilización antigua. Las palabras que el poeta elige con cuidado y su disposición refuerzan esa impresión de un pueblo que ha sido tapado por la nieve como el agua del pantano sumergió Vegamián, el pueblo natal de Llamazares.

El paisaje adquiere aquí una dimensión que va más allá de la contemplación, sino que se extiende, como «la bóveda perfecta de la tarde», «helado e indestructible», ahogado en la espiral del «bramido del tiempo». «¿Dónde la ocultación de las leyendas y los bardos?», se pregunta el poeta, confrontado a los escenarios de infancia, consciente de las huellas invisibles de quienes le han precedido, un imán que mueve la brújula de la poesía.

al estilo de los «sumie»

El paisaje, y la ausencia total de figuras humanas, caracteriza las ilustraciones de Adolfo Serra para esta nueva edición. Su trabajo presenta una cierta cualidad oriental, cuyos trazos difusos de árboles y nieblas confusas se acompasan a la perfección con los pasajes brumosos de los versos. La delicadeza de los colores, especialmente en las vistas nocturnas, remiten a la fugacidad a la que se enfrenta todo artista o escritor que desea congelar un momento determinado. Serra también exprime las posibilidades expresivas del monocromatismo, con dibujos que se extienden de página a página al estilo de los sumie, nacidos en China y desarrollados posteriormente en Japón. Otras imágenes, por último, parecen remitir a los estudios botánicos de las expediciones científicas y que nutrían los volúmenes de bibliotecas ilustradas.

Serra traslada a imágenes los hitos geográficos y simbólicos que han dado forma a buena parte de la literatura de Llamazares, también su biografía. El propio escritor explica esa equivalencia entre memoria y nieve: «Escribes sobre ella, y mientras escribes se va derritiendo. Es como si siempre escribiera sobre la nieve, no sobre el papel».

Detalle de las ilustraciones del libro

«Memoria de la nieve»

Julio Llamazares

EDITORIAL Nórdica PÁGINAS 86 PRECIO 19,50 euros