Leila Guerriero, ¡maravilla!

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La cronista argentina publica «Opus Gelber» (editorial Anagrama), un retrato en relieve de uno de los mejores pianistas de su generación con el que muestra una vez más que es una maestra, una maga del periodismo

13 abr 2019 . Actualizado a las 16:50 h.

Leila Guerriero es una maga. Una maga del periodismo. Por eso, podría haber convertido Opus Gelber -el retrato de Bruno Gelber, considerado uno de los cien mejores pianistas del siglo XX- en una semblanza de prosa envolvente, fluida, que deslizase al lector sobre el agua o en trineo sobre la nieve (que diría Gelber) desde el Buenos Aires de los años 40 en el que nació el intérprete, hijo de una profesora de piano de Rosario y de un violinista austríaco, hasta el Año Nuevo del 2018, cuando Guerriero pone fin a casi un año de rastreo en la vida, el personaje y el alma del que es compañero de generación de su adorada Martha Argerich y de su no tan amado Daniel Barenboim. Podría haberlo hecho. Pero no. Como maga que es, en vez de componer esa foto fija, la cronista argentina (Junín, provincia de Buenos Aires, 1967) revive para el lector el camino que ella recorrió y, prestándole sus ojos, sus oídos, su olfato y su intuición, lo coloca ante un retrato en relieve, móvil, vivo, y le dice: «Andá: tocá, olé, sentí».

Así construye esta novela biográfica en la que lo primero que se siente es la cualidad ambarina del aire, la promesa de un budín en el paladar y el aroma de bergamota de un té caliente. Guerriero nos cuela en el piso teatral de Gelber, en las meriendas, en las cenas con amigos, en las conversaciones domésticas con familiares, y nos revela a un artista lastrado desde niño por la polio, ejecutor de más de 5.000 conciertos, que padeció sin resistencia un arrollador «Edipo», que recibió la admiración de los más grandes, empezando por Arthur Rubinstein, que hizo historia con su interpretación del concierto para piano número 1 opus 15 de Brahms, la pieza que «sería su patria», que fue amante de hombres y amado por todo género... El mismo hombre que cada vez se parece más a una señora (a Dilma Rousseff, concretamente), que adora ver telenovelas y que no se resiste a buscar parecidos a sus amigos y recomendarles retoques estéticos. «Te tenés que hacer poner una gota de bótox acá», le recomienda a la propia Guerriero, a quien compara con Marisa Berenson. A ella, que «en el eco del tiempo», celebra siempre con la misma alegría, con el mismo acierto:

«-Hola, Bruno.

-¡Maravilla!»