Adicta al sexo triste, a la peor versión de una misma

FUGAS

JOEL SAGET | afp

Cabaret Voltaire recupera en español la primera novela de Leila Slimani, «En el jardín del orgo»

29 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo mismo da que relate un infanticidio aséptico y atroz, sin trucos de magia -no los necesita, de cara desde la primera página- que la ofuscación animal de una mujer joven, acomodada, guapa y apaciblemente casada, con el sexo forastero, el de puertas domésticas afuera. Leila Slimani borda todos sus textos y no da tregua, consigue con ellos atrapar y -mérito grande- llegar, ese propósito tan anhelado por el que narra. De 38 años y origen marroquí, nacionalidad también francesa, ha publicado solamente dos novelas, En el jardín del ogro (2014) y Canción dulce (2016). Suficientes. Atesora, gracias a ellas, dos importantes galardones literarios: el de la Mamounia -primera mujer en conseguirlo- por la más temprana, que acaba de ser traducida ahora al español, y el Goncourt, premio más importante de las letras galas, por la que vino después, punta del iceberg.

Resulta que bajo la superficie -al menos por aquí; Cabaret Voltaire acaba de reflotarla- Slimani tenía una alhajita tan valiosa o incluso más que su retorcida y siniestra niñera, una periodista parisina, burguesa y aburrida, hastiada de escribir artículos vacíos, de prestar atención a su hijo de tres años, de compartir cama y vida con un marido sin pega alguna, médico especialista, pero sin más aspiración que la de envejecer en el campo.

A veces todo no es suficiente, casi nunca lo es, en realidad. Y a veces más es menos. Suele pasar que en los acomodos hay vacío, que los que se saben queridos son los más crueles. Que lo que de verdad define a uno mismo, el auténtico ser, es lo que todos ignoran. Las dobleces. Que son lo único que consigue evadirnos.

Adèle, la protagonista de esta brutal y carnal novela, pura autodestrucción por capítulos, encuentra en el sexo su particular vía de escape. No en el sexo sin más, sino en el sexo triste, vulgar, en el sentimiento de culpa, en el placer que sucede al dolor, en mantener a raya los instintos para desear, que ya es ceder. «La manera que tenías de coquetear, con apenas ocho años -le dice su madre, en un momento dado, en las páginas finales del libro-. Ya enloquecías a los hombres. Los adultos hablaban de ti cuando en realidad tendrías que haber sido invisible [...] Ya llevabas el vicio en ti».