De esta espiral emergió el monstruo

FUGAS

La publicación del tercer y último tomo de «Berlín» es una de las grandes noticias que ha dado el cómic de este 2018. La espera, diez años, ha sido demasiado larga hasta completar una de las mejores series que ha dado el género. Imprescindible.

21 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Empecemos por poner los adjetivos. Berlín es una obra fabulosa, implacable, tensa y dura, y muy bien documentada. Es un cómic histórico, y es historia dentro del cómic. Es una novela gráfica social, pero no es una novela gráfica militante.

Y es conveniente poner todo esto por delante porque Berlín es una serie que ha costado mucho, a su creador y a sus editores. Porque esta bien prevenir, alentar así al lector cuando se va a enfrentar a tres tomos, a 600 páginas de un relato intenso. Y porque ha merecido la pena esperar más de diez años hasta que el estadounidense Jason Lutes ha logrado completar esta trilogía. Y porque lo ha hecho muy bien.

El tercer tomo de Berlín es una de las mejores noticias del año en el mundo del noveno arte. La serie en sí lo es. Lutes nos transporta, con un nivel de detalle notable, a la compleja Alemania de finales de los años veinte e inicios de los treinta. Un momento clave en la historia europea de siempre, con la agonía de la República de Weimar y una ciudad -que al final parece un país y hasta un continente entero- partida entre la adscripción al comunismo o la adopción de un régimen totalitario que muchos, demasiados, ven con un halo de esperanza. Con mucha astucia, Lutes va a conduciendo el relato por las calles de Berlín, por unos personajes (unos niños repartidores de propaganda soviética, un periodista desencantado, una joven pueblerina que busca emociones, una chavala dispersa en su sexualidad...) que conforman un paisanaje variopinto, creíble, y que remiten a toda una sociedad, a sus tensiones internas, a sus debates, a sus dificultades, peor también a sus pequeñas miserias particulares.

De esa niebla, de esa confusión, surge el nazismo, con episodios que empiezan en anécdota (un insulto racista, aparentemente puntual) y que terminan con una cruza gamada. Y en esa hábil construcción de la serie, Hitler apenas aparecerá hasta el tercer tomo, este que acaba de editar Astiberri en España. No es necesario: estará presente, sugerido, en todo el relato, sin decir su nombre, sin advertir su bigote. Surge de esa espiral en la que nos ha metido Lutes con habilidad, sin estridencias, con tal naturalidad que uno se asusta de no asombrarse con el nacimiento del monstruo.