«Trust»: El secuestro del «hippy» de oro

PLATA O PLOMO

¿Qué pasa cuando la mafia calabresa exige al hombre más rico del mundo -y más tacaño a la vez- 17 millones por la libertad de su nieto? Lo que pasa es una excesiva joyita que ha cabreado soberanamente al clan Getty. Te contamos por qué

11 may 2018 . Actualizado a las 19:57 h.

La mañana del 11 de julio de 1973, el teléfono sonó en un apartamento familiar del acomodado barrio romano de Parioli. Descolgó la exjugadora de waterpolo y actriz retirada Gail Harris. Al otra lado de la línea, una voz masculina respondió: «Tu hijo está con nosotros». Y exigió: «Prepara 17 millones de dólares si quieres recuperarlo». John Paul, 16 años, el mayor -y favorito- de sus cuatro retoños, llevaba días sin pasar por casa.

Fue en ese preciso instante, en ese momento de desconcierto y atonía, cuando todo se precipitó: el chantaje, la impaciencia, el sudor y la náusea, un mechón de pelo ensangrentado y una oreja mutilada, también un residuo de esperanza. Trust es sin embargo bien educada y prefiere poner en antecedentes al espectador, todo un detalle para el que todavía esté pez en esta rocambolesca historia que solo podía estar basada en hechos reales: sus diez capítulos, estrenados semanalmente desde el pasado 26 de marzo en HBO España, arrancan algo antes, con una parranda épica que acabó en suicidio y que sirve como inmejorable carta de presentación del clan más millonario, miserable e infeliz de por entonces, cuando no había tipo más rico en el mundo que John Paul Getty.

Esta es más su historia, la del magnate del petróleo a quien el libro Guinness le diagnosticó en 1966 una fortuna de 1.200 millones de dólares, que la de su nieto, un niñato de rizos de azafrán y buen esnifar, aspirante a artista, amotinado y cultivadísimo al que, tras pasar cinco meses retenido en las cuevas de Calabria, se le quitaron de golpe todas las ganas de trazar un solo plan más para que la guita de su abuelo liquidase las deudas de su dolce vita. Y por eso Danny Boyle (Trainspotting, La playa, Slumdog Millionaire), al frente de la santísima trinidad que son los tres episodios que abren fuego aquí, arranca con John Paul primero, con su descomunal mansión en plena campiña inglesa, con sus concubinas en tropel -fíjense en la española Verónica Echegui-, su leona doméstica y su cabina de pago en el recibidor, por si a alguna visita se le antojase ponerse de palique con la otra punta del planeta.

En la piel de esta calculadora con patas se pone en Trust un magnífico Donald Sutherland, piedra angular de un pujante reparto del que también forman parte Brendan Fraser como hombre de confianza del viejo avaro y Hilary Swank, como madre que parió al atrevido y papanatas John Paul tercero. Porque lo que desliza la serie creada por Simon Beaufoy es que el cativo raptado, que de angelito tenía poco, delineó junto a su novia Martine y su hermana gemela Jutta su propio cautiverio. Que se secuestró. Y que el tema, con el abuelo más que indiferente -«Tengo 14 nietos, y si pago un centavo de rescate por este, tendré 14 nietos secuestrados»-, acabó en cosa seria.

Buen mosqueo se agarró la familia Getty al enterarse del planteamiento de la cadena FOX, una representación, en su opinión, «difamatoria, cruel y mezquina» que nadie tuvo la deferencia de consultarle. «La verdad es una palabra complicada, ¿no?», se defendió Beaufoy ante la prensa mientras planeaba ejecutar otras cinco temporadas más sobre todas las desdichas y episodios turbios del clan. Más complicada todavía, la verdad, si además hay riesgo de estropear una buena ficción.

Real o no, lo cierto es que Trust consigue plantear con mucha habilidad esta disparatada extorsión y encarrilarla, si cabe, mejor. Todo gracias a Boyle, tan superlativo, tan barroco, tan delirante y tan ágil. Sus tres piezas podrían funcionar como películas independientes, acorazadas, imponentes: el piloto nos seca el ojo, impidiéndonos pestañear; le sigue un segundo capítulo en el que Fraser -qué bueno verte- se merienda la trama, eleva la serie él solito y su sombrero, y sus botas de cowboy machacando adoquines del viejo continente; para rematar el triángulo un tercer episodio de escándalo, que rasca y rasca en la bohemia italiana y en el desenfreno del niño Getty, y que, repentinamente, enciende la luz: si solo tengo mi apellido, pagarán por él.

Pagarán porque me quieren. Pagarán porque, ahora sí, tendrán que prestarme atención.