El misterio de la niñera que era una fotógrafa genial

FUGAS

Vivian Maier

No se sabe por qué nunca quiso mostrar a nadie su excepcional y exhaustivo trabajo, que la ha hecho pasar, tras su muerte, del anonimato absoluto a la cima de la historia de la fotografía

15 feb 2018 . Actualizado a las 16:14 h.

Es un gran misterio dentro de un misterio. Llevaba una doble vida. Vivian Maier era niñera pero, por encima de todo, una fotógrafa excepcional. Trabajó durante cuatro décadas cuidando a los hijos de los ricos, pero en sus horas libres se pateaba las calles de Nueva York o de Chicago tomando fotos sin cesar de todo lo que encontraba a su paso y le llamaba la atención. No se sabe qué la impulsaba a emprender esas cacerías compulsivas de personas, rostros e instantes y, sobre todo, por qué nunca quiso mostrar su trabajo a nadie. Vivian Maier (Nueva York, 1926-Chicago, 2009), hija de refugiados judíos, de madre francesa y padre austríaco, se inventaba identidades y decía que era espía. Una mujer alta, que vestía abrigos, chaquetas o camisas amplias que parecían de hombre, sombreros de ala ancha, faldas que le tapaban las rodillas y zapatos de tacón bajo, de andares enérgicos e intensos braceos, siempre con su cámara Rolleiflex colgada al cuello. Su obra es un documento excepcional de la vida de Nueva York en los 50 y de Chicago desde que se mudó allí en 1956 hasta los 80.

Solo por casualidad se conoce la obra de esta Mary Poppins de la fotografía, como la llamaban algunos de los niños que cuidó, que la veían como una especie de maga. En el 2007, un joven agente inmobiliario llamado John Maloof adquirió en una casa de subastas por 380 dólares un lote de negativos que Maier había guardado en un trastero. Le gustaron, pero decidió vender algunas por Internet. Entonces el crítico e historiador de la fotografía Allan Sekula las vio y le alertó del gran valor artístico de las fotos para que no siguiera dispersando un material tan extraordinario. La gran sorpresa fue ir descubriendo que Maier había dejado 150.000 negativos, la inmensa mayoría sin imprimir por falta de dinero, películas de súper 8, cintas magnetofónicas de conversaciones con desconocidos, montones de periódicos, esquelas y recortes, sobre todo de asesinatos, secuestros y violaciones, facturas, recibos, entradas de cine, billetes de tren, dientes de leche de niños, ropa y zapatos. No tiraba nada. Maier murió en el 2009 en el más absoluto anonimato, sin saber que habían encontrado su tesoro oculto.

Vivian Maier

Paranoica

Berta Vias Mahou ha rastreado las pistas que dejó para hacer un retrato íntimo de aquella mujer a la que sus niños recuerdan como solitaria, excéntrica, rara, misteriosa, incluso paranoica, socialista y feminista. La escritora madrileña ha revisado los dos documentales que se han hecho sobre ella, numerosos artículos, la única biografía que se ha escrito, que se publicó solo dos semanas después de que se saliera su libro de muchas fotografías hechas por Maier. El resultado es Una vida prestada, una novela introspectiva que trata de entenderla como persona. Y que comienza así: «Soy. Eres... ¿Qué has sido? Una espía sin sueldo. Una artista sin público. Una mujer sin hijos. Siempre escondida detrás de ti misma». Basándose en datos objetivos, ha rellenado los muchos huecos que existen en su vida mediante suposiciones, conjeturas o hipótesis verosímiles, aunque sabiendo que desvelar su secreto era misión imposible.

«Me identifico mucho con su prevención hacia la fama, lo que más me atraía de ella era su negativa a mostrar su trabajo», asegura. Vias señala que se ha intentado explicar ese rechazo a dar a conocer sus fotos remontándose a sus antecedentes familiares, una madre con un fuerte trastorno emocional, un hermano desequilibrado mental, un abuelo con manía persecutoria, se ha dicho incluso de que Vivian podía padecer el síndrome de Asperger y que habría sufrido abusos sexuales. «No creo que haya que buscar justificaciones de ese tipo, que a estas alturas son muy difíciles de probar, yo la entiendo, por ejemplo uno de los autores que más admiro, Kafka, publicó muy poco y, aunque dejó sus obras a su mejor amigo, Max Brod, pidiéndole que las quemara, tenía que saber que la última persona que lo haría era él», señala. Por eso, cree que si Maier guardó tan celosamente sus fotografías durante muchos años «era porque valoraba su trabajo y es muy probable que tuviera la esperanza de que algún día esas fotos llegaran a ser vistas». Quizá, por eso se hizo bastantes autorretratos, para dejar su firma y sus propia imagen a la posteridad. Pero en esas fotos en las que captaba su reflejo en el cristal parece una desconocida para sí misma y, en lugar de servir para desvelar su identidad, ahonda en su misterio.

Vivian Maier

Vuelta al mundo

Para la autora, era «una persona contradictoria, precavida y valiente, apasionada y retraída, muy dotada y llena de aristas, algo así como la Kafka de la fotografía, incluso más salvaje y radical». Su ocupación como niñera le aseguraba casa y comida, una habitación propia con cerradura, que era lo primero que exigía a sus empleadores, y un sueldo fijo. Le permitía ser libre e independiente para cumplir algo que asumía como si fuera una misión, la fotografía. Maier utilizó sus ahorros y una herencia para dar la vuelta al mundo sola, recalando en países de los que dejó testimonio gráfico con su sello habitual.

Retrató a personajes famosos, pero sobre todo a gente normal y corriente, a pobres y desfavorecidos, también a personas raras, con malformaciones, pero «de forma diferente a cómo lo hacía Diane Airbus, con una mirada más compasiva». También hacía fotos de animales muertos, de tumbas y enterradores en los cementerios, que frecuentaba. «Tenía una mirada omnívora, por eso la comparo a Joe Gould, que lo dejó todo para convertirse en vagabunda en Nueva York, apuntando absolutamente todo lo que decía la gente con la que se cruzaba para escribir una historia oral de nuestro tiempo», señala Vias. Maier salía todos los días a la calle, vagaba horas y horas por la ciudad, aprovechando que los niños a los que cuidaba estaban en el colegio, incluso se los llevaba a sitios a los que nunca habría ido con sus padres, suburbios, cementerios, mataderos.

Al final de su vida, los tres hijos de una familia a los que había cuidado de niños le pagaron el alquiler de un apartamento y se preocuparon por ella hasta su muerte. «Tenemos que dejar sitio a los demás. Esto es una rueda, te subes y llegas al final, alguien más tiene tu misma oportunidad y ocupa tu lugar, hasta el final, una vez más, siempre igual. Nada nuevo bajo el sol». Esta era su idea del paso por la vida que, esta vez sí, Maier dejó grabada en una de las cintas que encontró Maloof.