Tesoros de la literatura yiddish

FUGAS

26 may 2017 . Actualizado a las 07:10 h.

La construcción europea precisa rescatar la memoria de la masacrada (tanto por nazis como por bolcheviques) cultura yiddish que en el centro y el este del viejo continente -y desde el medievo- habían levantado los judíos. La callada pero imprescindible labor de exhumación que Rhoda Henelde Abecasís y Jacob Abecasís Hachuel emprendieron hace ya varias décadas ha entregado con exquisito rigor al castellano algunos de los tesoros literarios principales de la lengua yiddish. En el 2015 tradujeron La familia Karnowsky (1943) para Acantilado, el mismo sello que ahora retoma la versión que hicieron en el 2003 para Ediciones B de Los hermanos Ashkenazi (1935). Son las dos obras mayores de Israel Yehoshua Singer (Bilgoraj, Polonia, 1893-Nueva York, 1944), cuyo genio quedó un tanto postergado por el éxito de su hermano pequeño Isaac Bashevis Singer (1904-1991), prolífico narrador y que en el año 1978 logró el premio Nobel (peor eclipse cayó aun sobre su hermana Esther Hindele, que como Esther Kreitman, con el apellido de casada, firmó libros maravillosos).

La trama de la saga familiar de Los hermanos Ashkenazi se desenvuelve en la próspera ciudad industrial polaca de Lodz, y abarca una época muy convulsa marcada por, entre otros hitos históricos, el nacimiento del capitalismo, la lucha de clases, la aparición del socialismo, la expansión del antisemitismo, el estallido de la Revolución rusa, la Gran Guerra o la ocupación de Polonia. La historia trazará los límites y separará a los gemelos Ashkenazi.

Tintes tragicómicos

Algo similar sucede -precisamente alrededor de la sublevación bolchevique- en la novela Los zelmenianos, obra del narrador, poeta y dramaturgo bielorruso Moyshe Kulbak (Smorgon, 1896-Minsk, 1937), que, en esta novela de tintes tragicómicos, somete a la comunidad judía a las tensiones del proyecto comunista. El relato sitúa el conflicto entre la tradición (los viejos artesanos y comerciantes) y la modernidad (los jóvenes deseosos de integrarse, de asumir el progreso) en medio de la obligada implantación del programa bolchevique, que provoca las tozudas reticencias de unos y el seguidismo acrítico de los otros. El patio del reb [tratamiento de respeto] Zélmele es el escenario de este enfrentamiento y un símbolo de la independencia artística y de pensamiento de Kulbak, que no se entrega agradecido y sumiso a las exigencias del régimen posrevolucionario de la Unión Soviética [él estaba asentado entonces en Minsk]. La generosidad de su sentido del humor, la inteligencia sutil de su crítica no le sirvieron, sin embargo, para sortear el rodillo comunista que denuesta y condena su obra por no adaptarse a los ideales planos del «realismo soviético». Y la cosa no queda en el mero reproche: la representación teatral de Boytre el bandido, por «poco proletaria», le costó la detención, la cárcel y la muerte por fusilamiento en 1937.