Escuálido, apasionante

FUGAS

La escritura del «yo» y de las pequeñas cosas del «Diario literario» de Paul Léautaud pone de relieve la absoluta modernidad del autor

05 may 2017 . Actualizado a las 05:20 h.

Las teorías de Léautaud sobre literatura son las mías. A veces, el Journal es anodino, pero no se puede dejar. Su admiración por Stendhal me quita treinta años de encima. No cabe duda. Stendhal es uno de los mejores escritores franceses. Paso la noche como buenamente puedo, con momentos de obsesión sensual. Tenemos que hacer algo». Esto que escribe Josep Pla el 13 de octubre de 1956 en sus diarios puede dar una idea de cuál es el potencial del Diario literario del autor francés Paul Léautaud (1872-1956), todo un santón de las letras en su país pero que apenas ha trascendido al sur de los Pirineos. Solo unos días después, Pla añade: «Leo a Léautaud en la cama y su interés me fatiga. Este Journal es limitado y pobre, limitado a la cosa literaria, con los naturales chispazos pornográficos, pero no lo puedo dejar. Es imposible». Sus amigos Martinell y Quintà le traen, en sus viajes a Francia, los tomos que la revista (y después editora) Mercure de France publica desde 1954, poco antes del fallecimiento del escritor. «Escuálido, pero apasionante», insiste en otra de sus anotaciones, en la que deja clara su visión contradictoria de estos textos. Sin esconder el rechazo que siente por la descarnada e impúdica desvergüenza de su colega galo, no puede soslayar la lectura. Así, ocho años después, Quintà se pasa por la masía de Llofriu con el 18.º tomo bajo el brazo recién llegado de Perpiñán.

La edición completa del Journal Littéraire ocupa 19 tomos, más de 6.000 páginas, en un relato que comprende el período 1893-1956. Lo que hace esta antología editada por Fuentetaja es traer al castellano la selección realizada en 1968 por Pascal Pia y Maurice Guyot, Páginas escogidas.

«Leer cada mañana»

Léautaud conoce esas limitaciones a las que alude Pla y que otro diarista de primer orden, Julio Ramón Ribeyro, evoca con brillantez: «Sería necesario leer cada mañana, antes de empezar el día, un par de páginas del diario de Paul Léautaud, a fin de afrontar la vida sin ninguna pretensión, ni énfasis ni ilusión». Ya en 1903 reflexiona Léautaud: «No soy nada brillante, en literatura. Primero, no consigo involucrarme del todo. Lo que se hace en torno a mí no me interesa lo suficiente. Lo noto cada vez más: solo me interesa una cosa: yo, y lo que me pasa, lo que he sido, en lo que me he convertido, mis ideas, mis recuerdos, mis proyectos, mis temores, toda mi vida. Tras esto, pierdo fuelle. Lo demás solo me interesa si tiene relación conmigo. Cuando no siento una cierta excitación, alegría o pena, no tengo gusto por nada, no se me ocurre ni una idea, nada. ¿Seré, pues, un romántico? Esta mañana releía en la Vida de Henry Brulard el pasaje del momento genial. Este es mi caso. Cuando escribir se convierte en un trabajo, lo mandaría todo al diablo. Y, sin embargo, tengo una voluntad de hierro».

Léautaud, viene a decir Roberto Calasso en el texto usado como prólogo, tiene un trauma emocional que mana de la infancia. Nacido de los amores urgentes de una actriz de varietés y un apuntador de la Comédie Française, su madre lo dejó al cuidado del padre, también poco proclive a la vida familiar y enredado en sus conquistas femeninas. El niño se refugiaba bajo la mesa del comedor, «sin juguetes ni nada», acompañado por el perro. Ya octogenario, en sus charlas con Robert Mallet en el espacio radiofónico Entretiens, confesó que nunca había abandonado esa vida oculta bajo la mesa.

Las circunstancias modelaron a Léautaud como un cascarrabias, un ser esquivo, seguramente egoísta y mezquino, misógino, encerrado en su cueva, una casa con jardín en las afueras de París atestada de gatos (convivió con casi medio centenar) y perros, sin luz eléctrica, poco preocupado por la higiene y con aspecto de vagabundo por su forma de vestir y el estado harapiento de sus ropas. Pero su honestidad brutal podía con todo el lastre, por su lucidez y su orgullo y porque tenía una gran querencia por la verdad.

Él es como es. Tómenlo o déjenlo. Pero si quieren dejarlo, no lo tomen; de lo contrario, acabarán amándolo.