Lara Moreno: «Hay grietas en las familias de las que nadie habla y condicionan vidas enteras»

FUGAS

Sarah Bienzobas

Tras cautivar a los libreros con la distópica «Por si se va la luz», regresa a la novela para contar, de las relaciones personales y familiares, lo que nadie cuenta

30 dic 2016 . Actualizado a las 15:25 h.

Hace tres años, la poeta y cuentista Lara Moreno (Sevilla, 1978) publicó, fruto del reto de cambiar de tercio, su primera novela. Tenía claro su punto de partida: una pareja joven (él investigador, ella artista) dispuesta a largarse de la finita ciudad para empezar de cero en un pueblo abandonado. Con esta tan descarnada como lírica antiutopía, casi apocalíptica, la escritora andaluza fue elegida joven talento por la FNAC en el 2013. Retoma ahora el género para desmontar de nuevo, desde otra perspectiva, nuestras convicciones. En esta ocasión la autora solo sabía adonde quería llegar: al secreto, al punto que queda ciego cuando en una familia todos sus miembros miran hacia otro lado.

-¿Qué querías contar con «Piel de lobo»?

-Quería hablar de la familia y quería hablar de ella a través de los secretos, de los trapos sucios que condicionan el desarrollo, el crecimiento y la vida de las personas. De como hay ciertas piedras que esconden tantas cosas... que justifican tantos aspectos de la vida, no solo de una persona sino también de un grupo de personas. De como por el tabú, la educación, el sistema familiar con sus reglas y sus jerarquías y sus normas, por los siglos de los siglos, de como una simple grieta de la que nadie habla condiciona una vida entera.

-¿Cuánto sigue habiendo hoy de tabú en la familia?

-Creo que actualmente hay una forma de educar mucho más limpia, mucho más abierta, sin miedo a ciertas cosas, a abordar determinados temas, pero la tradición es muy grande, tiene una sombra muy alargada. Cuando nos hacemos adultos todo resulta mucho más complicado, estamos obligados a querernos, a vivir juntos... es difícil. Sí es cierto que hoy hay una cierta relajación en la relaciones, pero el tabú no me parece el amor o el desamor, no me parece no querer a un miembro de la familia como se espera, me parece más el daño que nos podamos hacer unos a otros y no tratar ciertos temas.

-Además de la familia, la pérdida está presente todo el tiempo en esta novela todo el tiempo: la pérdida del amor, la pérdida del padre, la ausencia de la madre, el pánico cuando el niño desaparece en Portugal... ¿es algo buscado?

-Me interesa el tema de la ausencia en general, la desintegración de las cosas, no solo como algo oscuro y hueco sino también como un sitio donde forzosamente hay que volver a sembrar cosas, donde se abre un nuevo camino. En el fondo, lo que me interesaba de la muerte del padre era su ausencia pura: alguien que educó, estaba y ya no está. Es un libro sobre la pérdida del amor, la pérdida de la confianza, la pérdida de la identidad, pero no sobre el duelo. Trataba mucho más el tema de la vida y la muerte en «Por si se va la luz», pero en «Piel de lobo», aparte de todo esto de la familia, he querido hablar de cómo se estructura esta identidad fuera y dentro de la familia, fuera de la pareja y dentro de la pareja, la relación con uno mismo y con respecto a la maternidad, uno frente a su hijo... Es un juego de espejos, he puesto a Sofía, la protagonista, frente a todos esos espejos deformantes que son todos esas facetas de la vida.

-La historia de «Piel de Lobo» transcurre en un pueblo costero del sur, ¿qué hay de real en él?

-Describo Isla Cristina, un pueblo de Huelva donde pasé los veranos de mi infancia; no es como el pueblo de Por si se va la luz, que no existía, este sí existe, en la frontera con Portugal. Y la ciudad grande de la que se habla es Sevilla. A mi me sirvió creativamente, narrativamente y como guiño a mi propia infancia, a lo que ese sitio significa en mi vida, pero ese pueblo es igual que veinte mil pueblo de la costa del sur de España. Íntimamente sí quise recrearlo, pero no le di nombre porque no suelo nombrar las cosas con nombre propio. Al pasarlo al libro lo convierto en literatura, no quiero que sea un reflejo tal cual.

-¿Hay algo más de ti en este libro?

-Como decía Alice Munro, «este libro es autobiográfico en la forma pero no en el contenido». Hay detalles, pero no es sobre mi.

-¿Desde cuándo escribes?

-Empecé a escribir cuando era niña, lo hacía muy torrencialmente sobre sentimientos, jugaba con las palabras. Y con 22 años, empecé a plantearme en serio escribir relatos, a darle forma.

-¿Cómo se pasa de escribir para uno mismo a publicar en una editorial?

-Vivía en Sevilla, estudiaba Periodismo y fui a la presentación de un poemario. Me llamó mucho la atención la editora que presentaba al escritor. Era la primera presentación de un libro a la que iba y nunca había visto en persona a un editor tan accesible. Fue una charla muy cercana y me acuerdo que hablé con ella, le conté inocentemente que yo también escribía y ella me animó a que le enviase algún texto. Le mandé un relato y me contestó que quería publicarme. Así fue, tal cual. Yo no tenía ningún libro escrito y lo escribí. Me cambió completamente la perspectiva, yo no conocía a nadie que hubiese publicado un libro, no sabía que se podían publicar libros con 20 años.

-Comenzaste escribiendo poemas y cuentos, ¿cómo nace la novela?

-Del reto de escribir una novela. Sabía que quería hacerlo, que quería hacerlo ya. Fue un grandísimo reto.

-¿Es muy diferente a escribir relatos?

-Son dos mundos distintos. El relato tiene otras reglas, pero la diferencia más abismal es que la novela requiere de una constancia y una disciplina que, cuando uno no se ha enfrentado a eso, es un cambio muy grande. Todo tiene que cuadrarte, no solo tienes que contar los límites, sino también el fondo. Y el acompañamiento que hace la novela al escritor durante todo el proceso de escritura me parece valiosísimo. Es una puerta de salida, una salida de emergencia.