Puro terror argentino

Luís Pousa Rodríguez
LUÍS POUSA EL RINCÓN DEL SIBARITA

FUGAS

17 jun 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando la nueva ola de escritores argentinos llegó a la cima mediática, Mariana Enríquez ya estaba allí. Fue la primera. Se anticipó a todos. Porteña de 1973, Mariana Enríquez ya era Mariana Enríquez en 1995, cuando disparó al cielo de Buenos Aires con Bajar es lo peor, una primera novela negra que la convirtió, según la propaganda de la época, en «la novelista más joven de la literatura argentina». Lo recordaba en Página 12, hace unas semanas, Juan Forn en un espléndido artículo titulado Muchacha punk:

-Pollera escocesa, borceguíes negros, medias negras, campera negra, los pelos negros electrizados como una tormenta alrededor de su cabeza y la mirada igual de negra, asesina. Hay que agregar cigarrillos, fumaba como un vampiro en esa época. La novela la traía escrita en un cuaderno Arte de espiral, con hojas cuadriculadas. Es uno de los recuerdos más lindos que tengo de mi época de editor: yo leyendo, ella fumando, yo preguntando a contaduría si podían preparar un contrato tipo y habilitarme un cheque de mil pesos-dólares para que aquella minipunk humeante e indiferente llamada Mariana Enríquez pudiera ir a comprarse una computadora, tipear la novela y traérmela, porque ese mismo día quedaba contratada.

Después de sacudirse de las sandalias el polvo de la moda y las arenas pegajosas de la fama, Mariana Enríquez siguió escribiendo obras maravillosas, insólitas y profundamente auténticas. Ahora ha regresado con Las cosas que perdimos en el fuego (Anagrama), una colección de doce relatos de terror. «De miedo, de miedo argentino», matiza Forn. Porque hay apariciones, niños muertos, casas que devoran a sus visitantes, mujeres que arden, patios inquietantes y ríos de agua negra y ponzoñosa. La misma realidad, que de tan real, es puro desasosiego. Y al otro lado de la puerta, aguarda la autora para guiarnos por el submundo. Ya lo apunta Forn:

-Y Mariana Enríquez nos espera en las sombras para llevarnos de la mano. Ya no fuma más ni viste su uniforme punk, pero la van a reconocer porque tiene la mano fría, llena de anillos.