Tras los pasos inciertos de Walter Benjamin

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa EL RINCÓN DEL SIBARITA

FUGAS

06 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

El 10 de mayo de 1933, en la Opernplatz de Berlín, los nazis celebran una quema de libros. Joseph Goebbels ejerce de maestro de ceremonias. El jerarca nazi habla de la purificación de Alemania mientras sus secuaces prenden fuego a los textos de Bertolt Brecht, Alfred Döblin, Sigmund Freud, Karl Marx, Stefan Zweig y Walter Benjamin. El acto, un paso más en su meticulosamente planificada creación del infierno sobre la tierra, lo recuerda Frédéric Pajak en la primera de las cuatro entregas de Manifiesto incierto. Con Walter Benjamin, soñador abismado en el paisaje, que publicará en España el sello Errata Naturae.

Pajak, creador de este formidable ensayo gráfico, ya había sacudido nuestras adormiladas neuronas con otro maravilloso libro en este formato: La inmensa soledad. Y ahora vuelve a lograrlo con este volumen donde sigue los inciertos pasos de Walter Benjamin por aquella negra Europa en la que florecían los fascismos y totalitarismos, al tiempo que compone un dietario con apuntes y reflexiones sobre su propia vida y obra.

A lo largo de estas páginas, en las que Pajak combina textos e ilustraciones, acompañamos a Benjamin en sus primeros viajes a España y en sus certezas e incertidumbres sobre la concepción de la vida como una novela o sobre sus temores de que se perdiese -ya entonces: 1932- el arte de contar historias. Benjamin, que se declaraba partidario vocacional del reciclaje de fragmentos y citas, se consideraba a sí mismo como un trapero del idioma, concepto que no deja de asombrar al lector actual por su absoluta modernidad.

Este primer volumen de los cuatro que conforman Manifiesto incierto deja el tiempo suspendido en marzo de 1934. Benjamin está en París, en el Café de Flore. Le acompaña Selz, un antiguo amigo de los tiempos de Ibiza convertido en jefe de sección de las SS. Cuando Benjamin le pregunta por Berlín, Selz replica al estilo Goebbels: «Ahora, cuando uno oye a un alemán hablando de cultura, está bien sentir un revólver en el bolsillo».