Una feria sin ruido de fondo

FUGAS

La 35.ª edición de Arco se cierra con euforia y no solo de ventas. La calidad, que en otras ediciones estaba un poco eclipsada por una cierta provocación exenta de contenido, se abre paso para celebrar la madurez de una feria que, superadas las dudas, se mantiene como una obligada cita internacional

04 mar 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Este año en Arco una sensación de fin de fiesta flotaba en el ambiente. El reclamo era la calidad, no el espectáculo. Ya no es necesario que una muchedumbre que blande, como inflamadas antorchas, las cámaras de sus móviles, asalte el sacrosanto suelo del estand para la codiciada ceremonia del selfie culto: he pagado por mi buena ración de cultura y la necesito ya en mi muro.  

Aunque en Arco se sigue vendiendo humo y el pícaro sigue teniendo sitio en este siglo de oro nuestro que tantas veces debe su brillo al oropel, lo efímero acaba por desaparecer para que permanezca lo verdadero. Una sencilla piecita de Fernando Sinaga titulada visionariamente Algo se acaba le gana el pulso a un abigarrado cuadro de Álvaro Barrios de ocho metros de eslora titulado bíblicamente La multiplicación de los cuadros. El volumen del mensaje no garantiza su potencia.

Wolfgang Tillmans lo demuestra con una gran foto: el sereno retrato de un brazo. Una pausada lección de anatomía. Tan certera como un apunte de Leonardo. Solo fotografía, piel y tensión. Es tan obsesivamente concreta que acaba por ser abstracta. No es fácil despoblar la mirada de vicios y deudas; la torpeza acecha en las habilidades adquiridas. A veces el arte verdadero se oculta en lo pequeño: la intimidad le puede al monumentalismo.

La crítica y el arte político  han tenido su espacio. Pero Eugenio Merino y Santiago Sierra han estado extrañamente modositos colgando obra muy vendible. No resulta este un epíteto muy subversivo. También hemos presenciado desafortunadas performances sobre el drama de los refugiados. Las buenas intenciones no son una disciplina de las Bellas Artes. 

Marc Larré lo resuelve curando con humor todo rastro de dulzón maniqueísmo. En su video sobreimpresiona un titular de actualidad en imágenes de peripecias de objetos cotidianos. Una cerilla que descansa sobre un cubito de hielo habla del cambio climático sin necesidad de desnudos ni de coreografías superferolíticas.

En las paredes de Marian Goodman puede leerse la famosa letanía de John Baldessari «no volveré a hacer arte aburrido». Esto resulta ser una paradoja porque se desmiente a si mismo. Es aburrido. En el arte también hay hemeroteca y no hay que escupir nunca hacia arriba.

Eugenio Ampudia hace respirar el mármol. Sobre un perro de mármol blanco proyecta la imagen del mismo perro durmiendo. Su abdomen se mueve al respirar. Ampudia es un prestidigitador. Debería llamarse El gran Ampudia y vestirse con ricas túnicas.

Este año los estands parecen obedecer más a la mano de un comisario que a la de un tendero. Aunque a veces estos dos personajes compartan tantos intereses sí es cierto que hay montajes redondos. El más celebrado es el de Mark Manders y Michäel Borremans en Zeno X Gallery. Si te abstraes lo suficiente puedes salirte del bullicio de la feria para aparecer en el silencio de un museo.

La presencia gallega es desigual. Retrocede el galerismo (solo dos galerías, la viguesa Bacelos y Pm8, que concurre de nuevo asociada a la brasileña Jacqueline Martins) pero no así los artistas gallegos ni los gestores culturales: la revista Dardo cumple diez años dando guerra. Editar una revista en papel sobre arte, arquitectura y diseño es un pequeño milagro. Latamuda, bulliciosa revista digital de arte contemporáneo, está presente por segundo año. Han logrado reunir los 35 catálogos editados desde el inicio de la Feria en un sencillo esfuerzo de archivo que incomprensiblemente no se le había ocurrido antes a nadie.

El miércoles por la mañana, recién estrenada la feria, Kiko Pérez (Vigo, 1982) ya había vendido su pieza más importante. La obra recoge toda la tradición suprematista. El retrogusto soviético es reinterpretado con prematura maestría. Las vanguardias históricas tienen apenas un siglo y si no tuviéramos tanta prisa por dar violentos  carpetazos, y por levantar a toda prisa nuevas realidades que niegan a otras, podríamos convenir tranquilamente que Kiko Pérez y El Lissitzky son perfectamente contemporáneos. Kiko Pérez ya lo sabe.

Diego Santomé (Vigo, 1966) regresa a la pintura en Bacelos. Santomé parte de la huella geométrica de Sargadelos y entonces es como si le pusiera a Miró un spray en las manos para negar la rigidez cartesiana, para lograr una frase yuxtapuesta. La mezcla de lenguajes, ejecutada con seriedad, suele ser la puerta de entrada a algo nuevo.

Manuel Eirís (Santiago de Compostela, 1977) también en Bacelos, se entrega a la pintura sin reservas. Es un arqueólogo en una ferretería. Se trae esmaltes industriales, asfalto, resinas, y trementina: el perfume de los pintores. Un alocado túrmix de materiales delante del que se coloca  como un espectador más. O como un alquimista. 

En la madrileña Max Estrella, Jorge Perianes (Ourense 1974) juega con los espejos y los equívocos, citándose con el espectador en los delicados límites de la percepción.

La coruñesa Ángela de la Cruz es ya una auténtica apisonadora. Concurre con cinco de las mejores galerías: Thomas Schulte de Berlín, Krinzinger de Viena, Lisson de Londres y las españolas Carreras Múgica y Helga de Alvear. En Krinzinger presenta dos notables piezas rojas realizadas apenas dos semanas antes de la feria. Es de agradecer que los artistas muestren su obra reciente. Aunque yo nunca me pierdo el divertido paseo por los gloriosos albores del siglo pasado. En Leandro Navarro un bodegón de Colmeiro de 1950 sale indemne frente a tanta novedad. Si le hurtas la fruta el bodegón se convierte en un cuadro de Diebenkorn. 

Pero Arco es una feria joven. Y en la arena de este goloso coliseo se testa el género nuevo. Irene Grau se consolida con naturalidad. Alex Marco en Luis Adelantado y José Díaz en The Goma son avezados exploradores de la escala de grises. Sonia Navarro en la galería murciana T20 afina su pincelada textil. Todos ellos, de alguna forma, transpiran pintura. La pintura sigue siendo la patria. A ella se regresa siempre.