La elipsis, la delicadeza, la introspección, la reflexión interior, la conciencia hablada, el fino humor, la ironía conducen un discurso en que, más allá del tenso diálogo Europa-América, los vínculos entre hombres y mujeres, el arte, la pintura, la escritura, los secretos, las relaciones de poder, las convenciones sociales, el cinismo, los fantasmas, el choque entre la inocencia y la maldad perversa focalizan la riqueza de sus muchos intereses.
Sin embargo, a medida que avanzaba en su trayectoria, su voz se fue volviendo más laberíntica, barroquizante; y el lector perdió la brújula, su atención decayó. La complejidad estructural de sus obras finales, la densidad psicológica hacían que el relato resultase intrincado, demasiado exigente. Para unos, fue una carrera loca y absurda por superarse; para otros, la circunstancia de que se apoyase en una persona que transcribía sus palabras y el uso de dictáfono volvían más ampulosa y enmarañada la redacción -y los vericuetos del estudio psicológico, casi un asunto clínico-.