Edith Wharton: Del leve temblor al abismo a los pies

FUGAS

El sello Impedimenta publica una excelente antología de Cuentos Inquietantes de Edith Wharton en la que la mayoría de los relatos permanecían inéditos en castellano

29 ene 2016 . Actualizado a las 16:01 h.

Pese a que la portada de esta bella edición de Impedimenta de Cuentos inquietantes apunta a lo fantasmal, los terrores de Edith Wharton (Nueva York, 1862-Saint-Brice-sous-Forêt, cerca de París, 1937) son más bien terrenales, de expresión sutilísima y hasta por veces imperceptibles a una mirada poco avisada o superficial (la ambigüedad, claro, también pesa). Aunque acepta ciertas dosis de condimento ultraterreno, lo de Wharton tiene más que ver con el temblor cotidiano, con la fisura, con ese leve seísmo cuyo rugido es apenas audible, con los suaves borborigmos que, aunque no concitan la atención ajena, son indicador de una anomalía que, es verdad, en ocasiones no llegará ni a malestar. Wharton es una maestra en detectar el síntoma ?un virus que no siempre excede la latencia? que habla de los desajustes comunes, de la vida aparentemente intrascendente, del dolor íntimo, y que también pueden derivar en una crisis mayor, incluso en la catástrofe. Ese ronquido sordo, como apunta la traductora Lale González-Cotta en su prefacio, es la mecha donde puede prender la llama de la desazón, el escalofrío, y, por qué no, la grieta que, tozuda, abrirá el abismo ante nuestros confiados pies. «Historias mínimas pero impactantes», anota González-Cotta, son estas breves piezas de Wharton, que ?como la mujer de gran inteligencia e independiente que era, cualidades femeninas poco aplaudidas en su época? desconfiaba del matrimonio como desconfiaba de todas las convenciones que sustentaban la sociedad biempensante de su tiempo, y hasta desconfiaba del hombre, en general. No le faltaban razones, y el amante de la literatura ha de festejarlo. Porque no todos los relatos son igual de logrados, pero bastaría la lectura de El veredicto o La botella de Perrier para justificar el esfuerzo del libro. Ah, no hay que olvidar la maravillosa capacidad de Wharton para el uso de la elipsis y la celebración del humor.