Piglia, una vida hecha de literatura

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Llegan a las librerías tres publicaciones (de conversaciones y diarios) que ahondan en el conocimiento de la obra y la figura de Ricardo Piglia

13 nov 2015 . Actualizado a las 08:08 h.

No es Ricardo Piglia (Adrogué, Buenos Aires, 1941) un escritor al uso. Introduce la forma del ensayo en la novela, utiliza el registro del género policial para avanzar en sus pesquisas filosóficas, narra tejiendo los mimbres de la crítica literaria, emplea el diario para reafirmar su universo ficcional -entregándole la voz a ese álter ego que ya es como su imagen especular, Emilio Renzi-, se surte de los materiales de la conversación para afinar la creación literaria... Y cómo habla. Sí, su conversación nunca es banal, está llena de sentidos, de inteligencia multiplicadora, de relaciones elocuentes, de erudición, de un cuidado argumentador que tiene mucho que ver con su respeto (cariño) por el lenguaje.

El lector puede ahora ratificar todo esto en dos libros bien hermosos recientemente publicados en España: La forma inicial. Conversaciones en Princeton (Sexto Piso) y Por un relato futuro. Conversaciones con Juan José Saer (Anagrama). En ellos queda claro que la literatura es la vida misma para Piglia, que la suya es una historia de devoción por los libros y la lectura, y que la amistad ha estado íntimamente ligada a este camino de escrituras y palabras que queda ejemplificado en la figura de Saer -un autor que habría que situar en la nudosa rama del árbol genealógico de las letras argentinas en cuyos brotes se afirmó la obra de Piglia, bastardamente enraizada en la tradición que mezcla sin desdoro las miradas diversas de Borges, Roberto Arlt o Macedonio Fernández.

Piglia es a veces calificado como escritor intelectual, quizá en un amago de afearle la tarea. Y puede que haya algo de verdad en tal clasificación. No siempre es fácil su lectura, incluso en las ficciones, pero debe irse más allá. Como él mismo explica -interpelado por Saer-, halla en «la tensión de ideas» un fértil espacio proveedor de materiales para la ficción. «Yo creo que hay una pasión en las ideas como hay una pasión en los cuerpos», insiste. Cierto es que calientan el pecho mucho más algunas de las dialécticas en las que se sumerge que el mero relato sostenido en una acción (por audaz que esta se presente). Y menciona tanto al Joyce del Ulises como a la novela especulativa de Pynchon y compañía.

Lo que tiene Piglia es que contagia su pasión, y su asombrosa capacidad de análisis y reflexión alienta futuras lecturas. Siempre sale uno -lápiz en mano- con ganas de leer o releer este o aquel otro libro, este o aquel otro autor (Onetti, Capote, Kafka, Puig, Gombrowicz, Walsh, Faulkner, Rulfo, Musil, Philip K. Dick, Bianco, Di Benedetto, Scott Fitzgerald...).

Como dice Piglia a Paul Firbas, en una de sus conversaciones, y al hilo de su jubilación en la Universidad de Princeton, «los finales condensan siempre el sentido». Y, paradojas, acuciado por el ELA y su reclusión, el escritor se enfrascó en ordenar y transcribir sus diarios personales -sus 327 cuadernos recorren el arco vital que va del año 1957 al 2015, e incluyen algunos relatos y ensayos-, de los que Anagrama ya publicó el primer tomo: Los diarios de Emilio Renzi. Años de formación. Aquí cabe todo. Vuelta así al aserto de que todo en la vida puede ser literatura, y más si se tamiza la memoria mediante la lente deformadora del viejo periodista Renzi. Los débiles y engañosos límites entre realidad y ficción -nunca debieron ser nítidos- se diluyen por el gozo del relato. 

Renzi o Piglia, Piglia o Renzi, el lector disfrutará del retrato que sirven estos tres libros, y en el que han de ahondar todavía los dos volúmenes del diario que el sello de Herralde sacará pronto a la luz y que completarán los casi 20.000 días registrados. Para quien quiera licenciarse en Piglia, se da una excepcional coincidencia. El cineasta bonaerense Andrés di Tella presenta mañana en la sede coruñesa del CGAI el documental 327 cuadernos, que rodó sobre el proceso íntimo de revisión de estos textos.