Un paseo por Lobios solo es un aperitivo

Juan Carlos Martínez EN EL COCHE DE SAN FERNANDO

FUGAS

04 sep 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

A Lobios, en el suroeste de Ourense, le debía una visita desde hace medio siglo. Por allí y por Calvos de Randín anduvo el abuelo Raimundo descubriendo wolframio en los años cuarenta, y de aquellas prospecciones surgieron experiencias y hazañas que aún hoy enriquecen la memoria. Cada uno tiene sus propios mitos. Lobios, y todo el Xurés, es un escenario ideal para la leyenda y la geología. La piedra domina el paisaje y la arquitectura. Por los montes forma torres, agujas y nichos que la tradición ha ido convirtiendo en castillos, gigantes y covas de mouros. Los regatos, o corgas, descubren sus lechos de granito saltando entre pozas. En algunas surgen aguas termales y allí se apiñan, incluso de noche, portugueses habladores aficionados a la cura de aguas, como se ha venido haciendo desde el tiempo de los romanos. Hacia la frontera de Portela de Homem, los restos de la vía de Antonino Pío atestiguan la presencia de aquella civilización, quizá por el mismo paso que usaron para entrar por primera vez en Galicia.

A unos minutos en coche desde el balneario del río Caldo, el paseo comienza en Guende; pastizales sembrados de bolos de granito llevan hasta unas largas alineaciones de piedra que convergen en el foxo do lobo, una vieja construcción para emboscar y eliminar al enemigo ancestral de los ganados domésticos. De los picos baja el aire con un aroma peculiar. ¿Serán los coentros de los guisos portugueses? A lo lejos planea una rapaz enorme. ¿Un águila real? Nos prometemos volver a reconocerla. Con un paseo no llega ni para empezar: Lobios se merece una larga temporada de exploración.