La verdad poética del niño Simenon

FUGAS

14 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Georges Simenon (Lieja, 1903-Lausana, 1989) era proclive a embellecer su pasado. Tenía una tendencia casi enfermiza a pensar en sí mismo. Había sombras sobre su biografía -su supuesto colaboracionismo nazi, el suicidio de su hija Marie-Jo, sus matrimonios y excesos amorosos...- y quería disiparlas, edulcorar ciertos pasajes, mejorar su retrato. En sus Memorias íntimas, sin tacharlas de falseadas -en modo alguno-, se puede hallar prueba de ello, de cómo juega a favor de causa. Del mismo modo, ha dejado prodigios de sinceridad, culpa y expiación, a tumba abierta, como la Carta a mi madre. La obra literaria de Simenon es muy prolífica y compleja, no cabe dar paso a simplificaciones. Solo ha de leerse Pedigrí, un proyecto que surge en 1941 cuando, tras una visita al médico y unas radiografías sospechosas, recibe la noticia de que le quedan apenas dos años de vida: decide explicar a su pequeño hijo cómo había sido su propia infancia. Tan lamentable error de diagnóstico lo embarca en un relato que el consejo de su amigo André Gide reconduce hacia el narrador en tercera persona y la novela. Así nace la historia de Roger Mamelin, que es un trasunto del niño que fue el genial escritor belga y que respeta más, advierte el autor, «la verdad poética que la verdad propiamente dicha». Una maravilla verdadera, en fin.

Pedigrí. NOVELA. Georges Simenon. Traducción de Núria Petit. Editorial Acantilado. 615 páginas. 36 euros