Todo lo bueno se acaba tarde o temprano. Este sábado le llegó el turno a la temporada del Río Breogán. El partido frente a Unicaja, que recién salido el calendario se temía como necesitado de épica en busca de la ansiada permanencia, acabó siendo para el aficionado una inolvidable fiesta de despedida. Una fiesta un tanto agridulce, eso sí, y no por el resultado del partido, sino por lo que significaba. Ya mediada la temporada se sabía que esta se iba a hacer corta y, al final, seguramente las lesiones la hayan acortado todavía más.
Los jugadores, cuerpo técnico, y la propia afición han tenido una sincera y emotiva despedida en la pista, y este domingo habrá nuevo capítulo en la Plaza de Santa María. Por eso quiero centrarme aquí en aquellos otros que pasan más desapercibidos, pero que son la primera piedra de todo esto: empleados del club, jefe de prensa, colaboradores y, en especial, la directiva y los miembros del Consejo de Administración. Solo quien ha estado dentro de un club profesional podrá saber de lo que hablo. El peso de la responsabilidad, las angustias, los continuos problemas y conflictos, las decisiones que hay que tomar, aquello que hay que decir claramente y aquello que es mejor callar... Y todo con un resultado incierto porque, al final, en deporte las cosas van bien si se gana y mal si se pierde. Por eso me alegro especialmente por ellos, porque hoy sabrán que, gracias a su trabajo, preocupación y esfuerzo incluso económico, han contribuido a hacer un poco más felices a una gran masa de gente que ha enfrentado sus problemas cotidianos con un plus de ilusión, y que ha disfrutado con el equipo de su ciudad. Gracias a todos ellos y a quien ha ayudado a hacerlo posible. Ya esperamos la temporada que viene.