«Nunca me deprimí, sabía que no podía encerrarme en casa y no volvía hasta la hora de cenar»

La Voz

FIRMAS

30 nov 2014 . Actualizado a las 04:54 h.

José trabajó toda la vida, durante muchos años en la administración pública y al final, también en la privada. Siempre de administrativo. Sin cargas familiares, nunca imaginó que se iba a ver en la situación en la que está ahora, con más de 50 años, cobrando el Risga tras una temporada sin percibir ingreso de ningún tipo. En los últimos tiempos ya lo veía venir. «Sí, veías lo que pasaba con la construcción, y luego en el trabajo llegaba el día de cobrar y te daban cien euros, y el resto, que ya se vería».

Así, inevitablemente, un día quedó en el paro, y ya no volvieron a llamar. «Llevo casi cuatro años sin trabajar, del Inem no me llamaron nunca, y estoy en varias webs de ofertas de trabajo; tienes allí tu perfil y tu currículo, te das de alta pero nunca llama nadie. Vas a la oficina de empleo a ver las ofertas y son todas para menores de 40 años».

O sea, que hace cuatro años, José se apuntó al paro, y en ese círculo de enviar currículos, ir a ofertas de empleo, no encontrar nada e ir rebuscando en los bolsillos para pagar la hipoteca, la luz, el agua y el teléfono se le fue el tiempo y con él, las prestaciones que percibía. Primero el paro, luego la ayuda familiar, después la RAE (Renta Activa de Inserción) y al final, nada de nada. «Me vi a mí mismo diciendo, ¿y ahora qué hago? Hablé con la asistenta social y solicité el Risga, y la verdad es que en tres meses me vino aprobado y poco después ya lo estaba cobrando».

<b>Situación límite

Reconoce que cuando le llamaron del Concello para el contrato de siete meses al que accedió se encontraba ya «en una situación límite. Iba tirando porque tenía algo ahorrado, pero el Risga es de 399 euros, y se supone que es para manutención, pero hay que pagar las facturas y la hipoteca... Así que no llega». Los siete meses de contrato son, por lo tanto, una válvula de oxígeno. Por eso todos los días se levanta a las siete de la mañana ilusionado para ir a trabajar.

Pese a la difícil situación en la que se encuentra, nunca se deprimió. «En casa no me quedo. Por la mañana entrego currículos y por la tarde voy a la playa a pasear, a casa no llego hasta la hora de cenar. Sabía que no podía encerrarme, te lo dice todo el mundo». Y José se despide y se va a trabajar. Como una moto.