Convivencia de culturas al calor de la invasión musulmana

H. J. P. REDACCIÓN / LA VOZ

FIRMAS

XOÁN A. SOLER

Isidoro Castaño, como vecino de Angrois, vivió de lleno las labores de rescate y apoyo a las víctimas de aquella tragedia. Ahora reflexiona en su novela sobre el entendimiento entre civilizaciones

03 jun 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Ve los tiempos de discordia que corren con preocupación. Al menos la que le permite la mirada de relativización a que obliga haber presenciado un accidente como el del AVE en Santiago. Como vecino de Angrois, Isidoro Castaño (Plasencia, 1960) vivió de lleno las labores de rescate y apoyo a las víctimas de aquella tragedia. La escritura es buena terapia, un refugio para dejar atrás una experiencia traumática. Meses después publicó El guardián del tiempo, una novela en la que llevaba trabajando más de cinco años y en la que, precisamente, indaga en las raíces de la época convulsa que es este comiezo de siglo. Castaño regresa al año 711, a la invasión musulmana de España, en busca de explicaciones al choque de culturas que tanto dolor está causando, la violencia que impera en las relaciones entre musulmanes y cristianos, en lo que se refiere a fenómenos como el radicalismo y la yihad.

La niñas de Nigeria, el 11-M, la Torres Gemelas, Afganistán, Siria, Sudán, Ucrania... «La tolerancia, la forma de vivir en comunidad, solo es posible si somos capaces de entendernos entre civilizaciones distintas», advierte Castaño, quien juzga fundamental para lograrlo que se produzca una subversión en la escala de valores: «Hay que dejar los intereses económicos a un lado y volver la vista sobre los seres humanos», incide. Cree que quizá esté por llegar el líder, la persona que haga que las cosas cambien, que el capitalismo afloje: un Gandhi, una Teresa de Calcuta, un Vicente Ferrer... «Pero cada uno en su parcela debe luchar por transformar el mundo, por alcanzar un objetivo».

El fuero, paz y libertad

Eso es lo que hace el protagonista de El guardián del tiempo, un joven cabrero de la comarca extremeña de La Vera -de donde procede el autor, que llegó a Santiago como bibliotecario de la universidad- que conocerá, y habitará, dos culturas, y en ambas encontrará fundamentalismo e intolerancia. Sin embargo, se sobrepone y pelea, por la paz, por la libertad, por un sueño. Y lo alcanza. El pastor acaba luchando para lograr para su tierra un estatus de paz y libertad: el fuero. Castaño recuerda el valor de las comunidades de villa y tierra, un espacio de democracia sobre el que solo se situaba el rey: tenían su propia ley, justicia, repartían las tierras, elegían a sus representantes políticos... «Eran las repúblicas más libres de toda la Europa medieval, según concluyó Sánchez Albornoz en sus estudios, en ellas se gobernaba y se legislaba con un funcionamiento asambleario», elogia Castaño, que lamenta cómo Alfonso X el Sabio, temeroso de su autonomía y poder, «se cargó el sistema e impuso el fuero único».

Su libro constata «que la humanidad no ha cambiado tanto, que persiste en los mismos errores, y «el integrismo pervive», pero el mensaje final, dice, es positivo: «Si luchas puedes cambiar las cosas, pero hay que luchar».

Esta novela histórica, entiende su autor, solo podía surgir en La Vera, en la falda sur de la sierra de Gredos. Y es que a La Vera, a sus bosques, sus montañas, llegaron grupos de bereberes huyendo del exterminio a manos de los más poderosos pueblos musulmanes (árabes y yemeníes). Se crean peculiares comunidades en que se mezclan bereberes, cristianos renegados, judíos, bandoleros... Y ahí es donde el cabrero convive con otras culturas y obtiene sus enseñanzas, las mismas que deberían servir al siglo XXI (paz, diálogo, tolerancia, democracia) en que al final desemboca la novela.