La esclavitud de los partidos en el siglo XXI

FIRMAS

17 nov 2013 . Actualizado a las 06:00 h.

Estamos, de nuevo, a la luz del despropósito de AGE respecto al abandono del escaño del diputado ourensano Fernández Calviño, ante el dilema metafísico (que no legal) de si el escaño obtenido en unas elecciones libres pertenece al diputado o al partido. Y esta discusión me lleva a pensar en la esclavitud del siglo XXI. Cuando tal práctica está abolida oficialmente (otra cosa es la realidad cruda del día a día), los partidos políticos muestran signos de su pervivencia. «La esclavitud es una situación por la cual una persona (el esclavo) es propiedad de otra (el amo)», dice la Wikipedia. En el caso que nos ocupa, a una persona, Carmen Iglesias Sueiro, a la que le corresponde por ley ocupar un escaño en el Parlamento, otra persona (en este caso jurídica) la obliga a dimitir como si fuese su propietaria. El coordinador de Esqueda Unida en Ourense, José Manuel G. Gutiérrez, lo ha dejado claro en La Voz: «Na formación política na que estou, a persoa pertence ao colectivo». Y después le dibuja, como los jefes a los esclavos que osaban escapar de las plantaciones, un difícil futuro si Iglesias desobedece las órdenes: «Non sabe o que lle vén enriba, que é que vai representarse a si mesma, ao seus veciños do quinto, a súa familia e a tres ou catro amigos». Ni palabra de los 14.245 ourensanos (¡que no militantes de AGE!) que votaron a la formación en la que el número dos era Carmen Iglesias, la única capaz de poner dosis de sensatez: «Pido disculpas al electorado, a la izquierda, a los afiliados y a todos los simpatizantes porque este espectáculo parece de un partido de derechas». Al leerla recordé las frases de la izquierda cuando tras la marcha de Baltar padre, el PP le pidió al alcalde de Nogueira el puesto para permitir la llegada a la Diputación de Baltar hijo. Aquello era, para la izquierda, un ejemplo de «finca que se deixa os herdeiros» y «baronía hereditaria». Pura teoría la de entonces que no se compadece con una práctica como la de ahora que produce auténtica vergüenza, la justifique Beiras o la calle el diputado (por la gracia de los ourensanos que no de Beiras), Fernández Calviño.

La frase «O mais fácil houbera sido deixalo morrer», dijo el alcalde de Ourense sobre el Festival de Cine que había creado su antecesor Cabezas para mayor gloria de sus allegados. Discrepo con el regidor. Lo fácil es seguir manteniéndolo con el dinero de los impuestos. Lo valiente, lo propio de líder que vela por los intereses de su pueblo, es cortar la sangría de dinero público en un espectáculo que, véanse las hemerotecas, tiene nula repercusión más allá del Padornelo pero que da pingües beneficios a un selecto número de amigos del gobierno honesto (Áurea Soto dixit) de Ourense.