«Mami hoy no, mejor vamos al cole mañana»

Maruxa Alfonso Laya
Maruxa Alfonso CAMBADOS / LA VOZ

FIRMAS

Encontrarse con una cámara a la puerta del cole fue demasiado para Anxela.
Encontrarse con una cámara a la puerta del cole fue demasiado para Anxela. m.i.< / span>

El trauma por el primer día de clase le duró a Anxela lo que su profe tardó en darle un globo

12 sep 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Dos años de guardería deberían ser entrenamiento más que suficiente para evitar un drama por el primer día «en el cole de mayores», como le gusta llamarlo a Anxela. Si había nervios o algún tipo de sensación extraña, la pequeña supo disimularlo a la perfección, pues durmió toda la noche de un tirón. Lo peor fue, sin duda, sacarla de la cama a unas horas que ella considera intempestivas. Y es que después de un verano sin madrugar, levantarse a las ocho y media de la mañana se le hace cuesta arriba a cualquiera. Aquí fue donde llegaron las primeras protestas, quejas que parecían deberse más a la obligación que a un verdadero sentimiento de rechazo. Todo parecía indicar que en el fondo pensaba que ir al nuevo colegio no era una alternativa tan mala.

«Mami yo no quiero ir al cole, yo quiero quedarme contigo», razonaba mientras comenzaba la primera pelea, la de salir de cama. «¿Voy ir al cole de mayores? ¿Así en pequeño?», preguntaba pensando que quizás no había alcanzado el tamaño adecuado para su nueva tarea. La pelea era, entonces, por el desayuno, donde aprovechó para hacerse la remolona y no terminarse el vaso de leche. Todavía tuvo tiempo para una última excusa, mientras se vestía: «Mami, mejor hoy no, mejor vamos al cole mañana».

Pero no hubo berrinches, ni pataletas, ni siquiera una mísera lágrima que indicara que ir al cole iba a suponer un problema. La pequeña Anxela estaba incluso de buen humor. Aunque tuvo tiempo para el último intento, justo antes de salir de casa. «Mami, yo no quiero ir al cole de mayores», sentenció. Fue la última vez. Por el camino se encontró a su primo Beltrán, se cogieron de la mano y enfilaron la entrada al nuevo centro como si llevaran semanas haciéndolo.

Madres y niños esperaban a las puertas del colegio de San Tomé. Y casi diría que había más nervios y expectación entre los progenitores que entre los pequeños. Dos minutos después salieron los profesores y la mayoría de los nuevos estudiantes pasaron de unas manos a otras sin decir esta boca es mía. Solo dos se agarraban a las faldas de sus madres, mientras las demás mirábamos quizás con un ligero punto de envidia. Los nuestros habían entrado sin ni siquiera girarse para despedirnos.

La clase de ayer era más bien breve. Jornada de adaptación de media hora. La cara de los pequeños cuando salieron era completamente distinta. Quizás por el globo que les habían regalado, quizás porque, en el fondo, no lo habían pasado nada mal. Las madres los cosíamos a preguntas mientras ellos, felices con el juguete, se limitaban a un «sí mami, lo pasé bien».