Luis Kaifer, el motero que era pastor evangelista

La Voz

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Fundó el Vespa Club Vigo para crear clientela para su «scooter»

31 ago 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Mediada la segunda década del siglo pasado ya competían en Vigo los concesionarios en la venta de motocicletas. Los más destacados, Manuel Neira -ex campeón ciclista de España de velocidad entre 1904 y 1908-, que comercializaba Peugeot y Humber, y un profesional de la venta, además de profesor de idiomas, John James, dueño del Garaje La Británica, que vendía la Indian: «Indian Motocycle. The Hendee Manufacturing Co. Springfield. Mass», que se leía en un rótulo, dentro de un círculo con la cabeza de un indio con dos plumas.

Siendo obligatoria la matriculación de los coches en Pontevedra desde 1903 , ignoro la razón de por qué no se hace extensivo ese requisito entre nosotros hasta agosto de 1920, en que se matriculó la primera moto: una B.S.A., que dio de alta un vecino de Vilagarcía, fiel a la marca, ya que tardó casi ocho años en transferirla.

El furor por las motocicletas, o al menos por su legalización, se produjo al año siguiente: en 1921, de 204 altas de nuevos vehículos, 48 eran de dos ruedas, mayoritariamente de la marca Indian. Pero aún tardaría un año más en darse de alta el más singular motero: el 10 de enero de 1922 inscribía su Royal de un asiento y una potencia de dos caballos y cuarto, el residente en Vigo, Tomás Berkley, que tardó diez años en transferir su moto, a la que le perdemos el rastro en Sevilla, en la primera posguerra, cuando se conservaban todos los vehículos con tal de que anduvieran.

Aquel Berkley era un pastor protestante establecido en Vigo en 1898 y una de las primeras tareas en las que se afanó fue en levantar el templo de Pi i Margall, para lo cual tuvo que llegar a vender algunas propiedades suyas radicadas en Inglaterra. Predicó mucho haciendo los viajes en moto, pues tuvo algunas más matriculadas a su nombre y falleció, según fuentes de la Iglesia Evangélica Unida en abril de 1938, aunque no parece que fuera en acción de guerra, para quien «vendía» la paz. Si en aquellos remotos tiempos llamaba la atención un motero -como antes los ciclistas, que en ocasiones eran apedreados en los pueblos- habrá que calcular la impresión de ver al pater a horcajadas sobre aquel diablo que rugía.

En la segunda década del siglo XX localizamos a Luis Kaifer Olona de vendedor de Fiat y otros turismos, hasta llegar a ser concesionario de Seat, la marca que entonces reavivó el mercado de los coches. Coincidiendo con este fenómeno se introduce la Vespa en España, que ya se construía en Italia una década antes. No olvidemos la película de 1953, Vacaciones en Roma, en la que Audrey Hepburn y Gregory Peck hacían cuitas en una Vespa por la ciudad eterna.

Después de Barcelona y Madrid, Vigo acoge al tercer concesionario español del célebre scooter, gracias al nombre que ya tenía Kaifer en la automoción. Cuenta con el producto pero le faltan los clientes, con lo que crea el Vespa Club, en el que implica a empleados, amigos y clientes y hace toda clase de actividades, incluso donar un motor Vespa a la Escuela de Peritos, para que los alumnos lo prueben. Y, naturalmente, que los socios animen los aguinaldos navideños de los guardias municipales.

Kaifer Olondo tuvo suerte con los negocios pero no con la familia. Su hija Conchita, que se casó con Álvaro de la Iglesia, director de La Codorniz, terminaría por divorciarse de él y José Luis, el hijo, no fue capaz de seguir su ritmo en el negocio y este se fue al traste ya muerto Kaifer.

Ahora, las gentes de la Vespa de Vigo, varios cientos, están unidos en un simpático club, Los Vespeinados, pero suena por ahí que hay un intento de unir a todos los clubes gallegos en una hermosa, singular aventura.

memoria de vigo Por Gerardo González Martín

En los años cincuenta y aun sesenta había una curiosa costumbre que no podía ignorar el jefe de la Policia Municipal, el ferrolano y militar Miguel González Couce, porque ocurría en los cuatro puntos cardinales de la ciudad. En cuanto se aproximaba la Navidad, los agentes aparecían rodeados de más botellas de sidra que de champán, de turrones y de toda clase de dulces y licores navideños. El cuartelillo de los agentes estaba situado entonces en la parte posterior del Palacio de Justicia y Cárcel, es decir las traseras del actual Museo Marco. Era un auténtico espectáculo, no sé si más indigno que otra cosa, al igual que no está muy claro si los obsequios eran para elogiar el bien hacer de los guardias? o buscando su condescendencia. Quizá era más simple que todo eso: los automovilistas, que sabían de los sueldos miserables de los policías locales, les resarcían así en alguna medida de una Navidad penosa.