«Corme sigue siendo el punto de encuentro de toda la familia»

marta valiña CARBALLO / LA VOZ

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<span lang= es-es >Coches «de pascuas a ramos»</span>. Antonio, con dos años, en uno de esos coches que apenas pasaban por las calles de Carballo.
Coches «de pascuas a ramos». Antonio, con dos años, en uno de esos coches que apenas pasaban por las calles de Carballo.

De origen carballés, el experto botánico aprendió a navegar en la Costa da Morte, donde nació su pasión por el mar

08 jul 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Sus pasiones son las plantas y el mar, pero el biólogo Antonio Regueiro González-Barros es también, quizás sin darse cuenta, un gran contador de historias. El diseñador de jardines y conservador del Real Jardín Botánico de Madrid (en excedencia) narra con simpatía su nacimiento casual en Santiago, donde, explica, estaba el hospital más próximo a Carballo, donde pasó sus primeros años y de donde se siente natural. «A mi padre, como era ginecólogo y llegó a ser el tocólogo municipal de Carballo entre 1950 y 1955, le salían gratis los partos. Quizás por eso tuvo nueve hijos», bromea. A pesar de que era muy pequeño, Antonio recuerda perfectamente la consulta que su padre, José Guillermo Regueiro Castro, compartía con su abuelo, Manuel Regueiro Vázquez, «en Desiderio Varela, número 8».

Su abuelo, que da nombre una calle en la capital de Bergantiños -«se la dedicaron porque cedió unos terrenos al Ayuntamiento para hacer un grupo escolar», explica- y fue uno de los fundadores del Casino carballés, falleció cuando Antonio era muy pequeño, pero todavía hoy recuerda las historias que le contaban sobre el médico rural cuando era niño. «El primer coche que yo recuerdo en Carballo era el de don Benigno Collazo, y mi padre siempre me contaba que cuando Benigno se compró el vehículo le dijo al suyo que por qué no hacía lo mismo. Mi abuelo, que iba a todos lados con su caballo Facundo, le contestó que ningún coche sería capaz de llegar al alto de Rus, así que se quedaba con su montura», rememora Antonio riendo. «Mi abuelo siempre contaba que cuando acababa de hacer una consulta se subía al caballo, lo ponía mirando hacia Carballo y el se dedicaba a leer el periódico, porque sabía volver solo a casa», explica.

Gracias a su abuelo, y a las casualidades, Corme se convirtió en el punto de encuentro vacacional de toda la familia Regueiro. «Él le había comprado al gobierno de España un terreno en Razo. Era una finca enorme, que se llamaba El Arenal y que, según la escritura original, lindaba al norte con el imperio de su majestad británica, mar por medio», explica. La idea, añade, era construir allí el refugio familiar, pero «empezó a haber usurpaciones, y al final nos quedamos sin nada. Recuerdo el pleito de Razo desde muy pequeñito», asegura.

«Mi familia cambió entonces el destino de los veraneos. Primero fuimos a Ribeira y a Rianxo, pero pronto nos instalamos en Corme», cuenta Antonio. «Más tarde mi padre compró unos terrenos en Osmo y construyó la casa que hace que hace que Corme siga siendo hoy en día el punto de encuentro de toda la familia».

En Corme, recuerda Antonio, aprendió a navegar y nació su pasión por el mar, que le ha llevado a convertirse en uno de los miembros de The Royal Cruising Club, una entidad fundada en 1880 y considerada una de las de más categoría y exclusivas del mundo anglosajón. «Como yo hablaba inglés, porque había vivido en Estados Unidos siendo muy pequeño -su padre hizo un internado en hospitales norteamericanos-, cuando al puerto de Corme llegaban barcos ingleses me pedían que actuase de traductor. Yo les ayudaba a rellenar los impresos de la Comandancia de Marina y de la Guardia Civil, porque en aquellos años había mucha burocracia», cuenta Antonio Regueiro, que en 1976, por primera vez (después lo haría ocho veces más), cruzó el Atlántico a vela. «Un amigo de Estados Unidos que se compró un velero en Europa se enteró de que yo tenía el título de patrón de yate, así que me invitó a que se lo llevase», explica al tiempo que detalla el periplo, haciendo que parezca fácil lo que, por mucho que insista, no lo es. «Es lo que hacía Colón», dice con simpatía.