Los fetiches de los peregrinos y las pintadas afean el Camiño Francés

lorena franco bouza SANTIAGO / LA VOZ

FIRMAS

Álvaro Ballesteros

La huella negativa de los caminantes se intensifica en los últimos kilómetros de la Ruta

24 jun 2012 . Actualizado a las 13:04 h.

Cuando a un peregrino se le pregunta el motivo de su camino hacia Santiago las respuestas son muy variopintas, pero casi todas coinciden en señalar que al final del viaje lo que han conseguido es ante todo, despojarse de lo superfluo, de las banalidades del espíritu.

Desde luego hay personas que se toman muy en serio lo de ir dejando las «empanadas» mentales en el trayecto. Pero por si no fuese suficiente hay algún que otro peregrino que también va abandonando por ahí lo que le pesa en la mochila. Marchar a Compostela es dirigirse hacia un encuentro inevitable con algún que otro par de sandalias abandonado en el cruce de caminos más remoto, confundidas quizás por la senda que deben tomar.

Mirar hacia las alturas no ayudará a eludir estos detalles porque a poco que uno se entretenga mirando a los pájaros que cruzan el cielo vislumbrará a lo lejos extraños objetos colgando con presuntuosa levedad de algún cable del tendido eléctrico. Pero sin duda, dejando al margen las siempre dolorosas e incomprensibles inscripciones en los árboles, lo que más abunda son las señales mensaje, un ejemplo de que el método tradicional de comunicación impresa resiste a pesar de la irrupción del What´s app.

Ir dando tumbos de señal en señal es entretenido. Los aportes personales que firman cada señal de tráfico contribuyen a que el caminante no se aburra y si se ve con fuerza puede incluso hacerse con un buen material para editar un libro de efemérides. Un stop, un ceda el paso... todas se convierten en lienzos perfectos para dar forma a estas «obras de arte» de dudoso gusto. Porque elegante, lo que se dice elegante, no son. Como mucho podría decirse que hay alguna declaración entrañable. Así lo ven muchos otros caminantes. Aunque ninguno acaba de verle sentido al «yo estuve aquí» entienden que hay algún que otro mensaje profundo que tiene un pase, esos que o sí o sí hay que dar a conocer al mundo porque también este tiene derecho a ver la luz.

En los últimos metros

Se nota que Compostela está cerca y al final del peregrinaje el plantel de iluminados crece por momentos y parece que se contagia. De repente surgen señales llenas de verdades irrefutables. «Looking for love, you are love», reza una señal de stop. La imagen que se viene a la cabeza al leer esto es incontestable. Por la cabeza planea una auténtica portada de disco beatleiana, y si se afina un poco hasta parece que se puede reconocer a Yoko Ono y el John Lennon portando la señal tal como sus madres los trajeron al mundo, abanderados de otra revolución más.

También aparecen señales con mensajes de ánimo. Se entiende que la gente los escribe por cuestión de educación, que para algo somos personas y no delincuentes. Aparece entonces una señal de lo más polivalente. En ella se lee «A Lavacolla», y justo encima «Las Rocíos del Ronquillo os kieren. Cristi, ánimo». Aunque la intención es buena, el mensaje cojea. No se sabe si Cristi se dio por aludida, pero la pintada no pasará a la historia. Un tercer tipo se preocupa por la salud gastronómica del peregrino. «Jesús, qué tal las almejas con pulpo?» es, sin duda, el más conciso de todos los mensajes, preguntando directamente qué tal le fue en la sobremesa al susodicho. Por lo contundente podría pensarse que el que lo escribió es un castellano de los de abolengo. Las cosas claras, que no está el camino para perder el tiempo con chiquitas.

«Yo estuve aquí»

Por último están los de toda la vida, los que apelan a las pasiones, auténticas declaraciones de intenciones que a saber en que habrán quedado y los del género «yo estuve aquí», sin duda los más apáticos. Todos son prescindibles, todos innecesarios, pero esencia del camino al fin y al cabo.