«Dejé de trabajar cuando a mi hija le detectaron un tumor»

nacho mirás SANTIAGO

FIRMAS

28 ene 2012 . Actualizado a las 07:04 h.

En casa de María Jesús y Daniel hace tiempo que el dinero solo sale, pero no entra. Los escasos recursos con los que mantienen a sus hijos les llegan a través de ayudas de algún familiar, de un pequeño trabajo esporádico... Pero eso no da ni para ir tirando.

Viven en O Milladoiro, cerca de Santiago, y tienen cuatro niños de 8, 6, 4 y 1 años, pero la cosa está tan justa que, con dolor de corazón, la mayor ha tenido que irse a vivir con la abuela a Santiago. Daniel agotó el paro y la ayuda familiar y ya no recibe ninguna prestación. Su mujer está en el mismo caso. «Solicitamos una ayuda de urgencia, pero tardan hasta seis meses en tramitarla. Y el plazo para pedir la renta de integración social va de seis a ocho meses». Eso, en su situación, es el futuro.

En octubre los desahuciaron de su vivienda anterior y se fueron con los bártulos a un piso de dos habitaciones. Pero no han podido hacer frente a los 390 euros de la mensualidad de enero y ya se están poniendo en la tesitura de tener que hacer las maletas de nuevo.

María Jesús y Daniel empezaron a subir el puerto de primera de sus vidas en el 2009, el día que a Mónica, que ahora tiene 6 años, le diagnosticaron un tumor cerebral. «Yo trabajaba de auxiliar de servicios de vigilancia -cuenta su padre- y los médicos casi la desahuciaban. Para estar con ella el tiempo que pudiera quedarle, decidí dejar el trabajo y cobrar el paro acumulado, confiado en que volvería a encontrar un trabajo en lo mío. Pero me pilló la crisis». Mónica superó la enfermedad, aunque el cáncer le ha dejado secuelas. Cuando se dio cuenta, el saldo estaba a cero. Y un día del año pasado se le acabó la ayuda familiar. «Estoy apuntado en todas las páginas de ofertas de trabajo, pero no sale nada».

La situación laboral de su mujer no es mejor. También dejó de trabajar para cuidar a su hija, agotó el paro y la ayuda familiar. Después tuvo algún trabajo esporádico pero, un día, el test de embarazo le avisó de que Marta, la cuarta, venía en camino. Y las promesas que le hicieron de guardarle un puesto se esfumaron.

Ahora sobreviven, sobre todo, con la ayuda que les prestan los padres de ella, que se hacen cargo además de la niña mayor de lunes a viernes. «Tal como estamos -dice Daniel- nos agarraríamos a un clavo ardiendo». Y recuerda cómo, hace tiempo, cuando hacía labores de vigilancia, rechazó un trabajo en un tanatorio que ahora habría aceptado con los ojos cerrados.

En los últimos tres años, lo más cerca que ha estado de unos ingresos fijos fue cuando lo llamaron para trabajar en una obra en Estocolmo. «Pero en los exámenes de salud me rechazaron por tener diabetes tipo B», cuenta. Chapuzas informáticas, cuidar niños, ayudar en una mudanza a Lisboa... El dueño del bar de abajo les deja conectarse a Internet con su clave; y así pueden seguir en contacto con el mercado laboral. Comen, sobre todo, gracias a la ayuda de la Fundación Amigos de Galicia. Pero tienen la impresión de haberse subido a una montaña que no tiene cuestas abajo. «Necesitamos trabajar. Si alguien puede ayudarnos, por favor, que nos llame», dice María Jesús.