Casi sin vida privada, ni familia, ni amigos

Pedro Puy Fraga

FIRMAS

22 ene 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

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SOBRINO DEL EXPRESIDENTE DE LA XUNTA

Un hecho resalta todas las notas biográficas de Manuel Fraga: su dedicación permanente a la actividad política durante nada menos que seis décadas. Un hecho que el propio don Manuel exhibía, con satisfacción, en sus últimas comparecencias. Una larga vida dedicada a lo público en muy distintas circunstancias históricas, que demuestra que Churchill estaba en lo cierto cuando decía que la política era casi tan apasionante e igual de peligrosa que la guerra, pero con la ventaja de que en ella era posible morir en más de una ocasión. Fraga no veía como algo agradable la vida política. En el final de la primera de las suyas, la que abre la primera de las cuatro travesías del desierto que describe su biógrafo Rogelio Baón, reconocía, ante sus paisanos de Vilalba, que «es necesario haberlo vivido para saber de la terrible distancia, la soledad infinita en que puede verse un hombre en tales circunstancias. Ni vida privada, ni amigos, ni casi familia existen para él. Las responsabilidades son abrumadoras; las tentaciones de todo tipo, constantes; los disgustos, reiterados e inevitables». Y al concluir el último de sus periplos públicos, el que lo llevó a gobernar y transformar Galicia durante 15 años, en su Final en Fisterra se reafirmaba: «La vida pública está llena de problemas y de desengaños». Y, sin embargo, le producía «satisfacciones, y muy auténticas». Decía en Vilalba: «El servicio público da ocasión de hacer muchas cosas importantes. A veces coinciden con las que uno siempre hubiera deseado hacer, como contribuir al resurgimiento del Camino de Santiago o restaurar nuestro viejo castillo de Villalba». Y en sus Memorias, a la afirmación de que la vida política «no es tranquila, ni provechosa» añadía: «Sin embargo, es interesante, y aporta la satisfacción de un gran deber cumplido». Sentido del deber cumplido y, necesariamente, tenacidad. Para Manuel Fraga, «la política es, ciertamente, el arte de lo posible; pero a quienes este posibilismo les parezca poca cosa, sepan que para practicarlo hay que tener, todos los días, el valor de lo imposible». No he sido capaz de determinar si la atribución a Fraga de la paternidad de esta popular definición de la política que hacen algunos autores (por ejemplo, Luis Señor en su Diccionario de citas) es correcta. Pero sí resulta muy apropiada para entender que solo con la tenacidad de quien es capaz de mantener, todos los días y durante seis décadas, el valor de lo imposible se puede presentar una biografía dedicada al servicio público como la de Manuel Fraga.

Su papel en la modernización de la España desarrollista; su contribución a la reforma democrática y a la aprobación de la Constitución de 1978; su personal empeño en la articulación de un partido de centroderecha que garantiza la alternancia democrática y, por tanto, la continuidad del régimen de libertades que aquella norma nos trajo, y la consolidación del autogobierno en Galicia son algunas de las cosas importantes que deja, además de un Camino revitalizado y la torre de los Andrade en Vilalba. Algunas de las cosas que, con seguridad, le compensaron los «disgustos, reiterados e inevitables», los «problemas y desengaños» que vivió, y que le aportaron la satisfacción del deber cumplido. Cosas que hizo posibles con el diario valor de lo imposible. Y que seguro que le hacen, por fin y en su Fisterra, descansar en paz y con la satisfacción del deber cumplido.