Marcial Díaz, más de medio siglo volcado en la construcción desde Valdoviño

ANA F. CUBA VALDOVIÑO / LA VOZ

VALDOVIÑO

José Marcial Díaz Rodríguez y su hijo mayor, que se incorporó a la empresa hace ya 16 años
José Marcial Díaz Rodríguez y su hijo mayor, que se incorporó a la empresa hace ya 16 años I. F.

«Con doce anos xa araba nas patacas, eramos moi pobres, e con trece empecei nas obras», cuenta este albañil, el segundo de diez hermanos

02 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

José Marcial Díaz Rodríguez nació en el lugar de Poulo, en Valdoviño, hace 65 años. Fue el segundo de diez hermanos, el mayor de los varones, y desde muy pequeño cuidaba de las vacas y le ayudaba a su madre, Josefa, en el monte. «Con doce anos xa araba nas patacas, eramos moi pobres, se non axudabamos morriamos de fame», cuenta. A la escuela iba «cando se podía», y siempre después de haber asistido, junto al siguiente hermano, a los párrocos en dos o tres misas, supliendo a su progenitor, que era sacristán y cobraba por ello, «pero tiña que ir traballar». Su padre, Pastor, era albañil, pero el asma le dejó sin empleo con «vinte e poucos anos», hasta que apareció el Ventolín, y acabó trabajando en la empresa de su hijo mayor, donde se jubiló con 65 años.

Marcial empezó en las obras a los 13 años, con su tío político, Gerardo Hermida, y con 18, cuando inició el servicio militar como voluntario, ya era un profesional. «Estiven nunha batería en Campelo, en Meirás, facía o mantemento, pintor, albanel...», recuerda. Las tardes le quedaban libres «para facer choios pequenos» en el vecindario, y así conseguía un dinero para ayudarle a su madre con los gastos domésticos. Todos los hermanos aportaban su salario y siguieron haciéndolo hasta que se fueron emancipando. Marcial se casó con 22 años, con su novia, Isabel Martínez, de 17. Cuenta que su madre lloraba, «día e noite», porque eran «uns cativos». «Un sábado si e outro non iamos ao baile, a Vilaboa [sala Maravilla] ou á Concha [en O Val]. Teñen vido Manolo Escobar, Lolita Flores, Camilo Sesto...», evoca. El baile es casi la única distracción que se ha permitido en más de medio siglo de faena dura en la obra.

«Para ser un bo albanel ten que dárseche ben, cada un nace cunhas cualidades, hai que ser un artesán... Cando empecei faciamos o hormigón á man e subiámolo con roldanas», explica. Su primogénito, José Marcial, que se incorporó a la empresa hace 16 años, ve claro que su padre «nació para esto». Durante el montaje de la actual planta de Alcoa, en San Cibrao, se desplazaba cada semana en moto desde Valdoviño. Así durante un año. «Daquela, eu, e outros albaneis igual, poñiamos 1.200 ladrillos ao día; hoxe, un moi bo, pode poñer 400». Siempre ha tenido mano para los oficios. Aprendió a empapelar paredes, y ya casado y con su empresa en marcha, cuando acababa la jornada «ía poñer papel nas casas, non había quen o fixera». «Por cada rollo cobraba mil pesetas, e nunca me viña para a casa sen facer dez mil». Soñaba con construir una vivienda grande, donde cupieran todos, sus padres y sus hermanos; y poco a poco, en horas robadas al sueño y en fines de semana, la fue levantando y ahora es donde celebran el patrón, San Mamede, con 65 o 70 invitados, música y baile, y con Isabel al frente de los fogones, «con ayuda», agradece.

Nada les ha caído del cielo: «Ata os 50 e pico anos nunca facía menos de dez ou doce horas, de luns a domingo a mediodía. Ata que me puxen pola miña conta e me fixen autónomo non tiña seguro [...]. Cando era pequeno, meus pais e meus avós dicían que a carreira máis grande era aprender un oficio. Agora xa non hai nin carpinteiros, e en Valdoviño había polo menos catro carpinterías, moi profesionais... Non hai albaneis, a xente da miña idade foise retirando e a xente nova non quere». Muchos autónomos que trabajan por la zona se han formado con él, y casi todos sus hermanos han estado en la empresa. «A crise de 2010 colleume con doce homes, é fastidiado, tivéronse que ir para a casa ata que se recuperou a carga de traballo. Estaba empezando o fillo pequeno [Bruno], era moi bo, pero como non viamos futuro fíxose gruísta e traballa de estibador no porto exterior, en Ferrol», repasa. Aquel año estaba acabando la segunda promoción que había emprendido con un socio de Cedeira. «Quedábannos catro pisos sen vender... e conseguimos vendelos».

De las crisis anteriores no se resintió. Decenas de viviendas unifamiliares de Valdoviño, y alguna también en Neda o Cedeira, llevan la firma de Construcciones Marcial Díaz. Marcial hijo, que estudió Delineación, se ocupa de la parte administrativa: facturación, control de obras, personal o presupuestos -«aunque el último toque se lo da mi padre»-. Y si hay que ayudar a fundir, funde. A su padre siempre le han gustado las matemáticas. Durante años dedicó los fines de semana a medir -«dábaseme ben o debuxo, pintaba todas as restauracións coa regla»- y redactar los presupuestos, «todo ben desglosado». «Ninguén me ensinou a ver un proxecto», reconoce. Pero hay arquitectos que se asesoran con él. «La experiencia», apunta su hijo.

El esfuerzo y la cabeza -«non malgastar»- han dado frutos. «Foime moi ben, pero tiven que traballar moito. Hai clientes que esperaban ata dous anos. Fixemos moita vivenda unifamiliar, e agora, sobre todo, restauración». Está contento de que su hijo siga con la firma, y su hijo, orgulloso de la trayectoria del padre, siempre apoyado por Isabel. «Meus pais non fixeron un capital coma min, pero si polos dez fillos e a sorte de que lles saíron todos formais», dice Marcial, emocionado.