Los nuevos accesos a la fortaleza ofrecen al visitante una visión absolutamente inédita del histórico enclave
26 feb 2020 . Actualizado a las 12:26 h.La experiencia es sobrecogedora. Lo primero que llama la atención al poder acceder por fin a las entrañas del castillo de Naraío -o, si se prefiere decirlo así, lo primero que llama la atención a quien esto escribe- es que la fortaleza es muy distinta de como uno la imagina desde la distancia. Y muy distinta, incluso, de la visión que se adquiere desde el patio de armas del castillo.
Para conocer de verdad la fortaleza es preciso, ante todo, tener una visión de conjunto, desde el interior, de su peculiarísimo perímetro, que es el de un poderoso gigante de piedra, inteligentemente adaptado al promontorio sobre el que se alza. Un coloso que debió de resultar poco menos que inexpugnable desde todos sus ángulos. Y también es fundamental acceder al interior de la torre del homenaje y llegar a su punto más alto, que es cuando se comprende muy bien, como si uno lo leyese en un libro de piedra, por qué era tan codiciada una torre así en el siglo XIV, cuando pasó a manos de los Andrade tras la guerra civil que enfrentó a don Enrique el de las Mercedes con don Pedro el Cruel.
Con vida propia
A menudo se dice que hay lugares que tienen vida propia; lugares en los que, de alguna misteriosa manera que jamás llegamos a comprender, no solo conservan sus recuerdos, sino que a veces logran hablarle al visitante. Y si bien todo ello suele considerarse fruto de la imaginación, habrá de reconocerse, al menos, que hay enclaves, como este castillo, en los que esa magia da la impresión de ser, más que un sueño, realidad. Situado en un promontorio de especial belleza, la fortaleza de Naraío -cuyas obras acometió la empresa Técnica Ingeniería- ofrece, desde lo alto de su torre del homenaje -pero no solo sobre ella, ya que el castillo entero es un mirador excepcional-, una visión del paisaje que permite entender, o soñar al menos, qué hacía brillar los ojos de quienes lo habitaron.