El mundo de la música y el del deporte pierden a Jesús Manuel Bardancas

PONTEDEUME

El tenor, extrabajador del sector naval y deportista veterano Manuel Bardancas falleció a los 71 años de edad
El tenor, extrabajador del sector naval y deportista veterano Manuel Bardancas falleció a los 71 años de edad Miguel Ezquerro

El tenor aresano, que además de por su voz brilló en el mundo del remo, y que fue después un atleta veterano muy querido, falleció a los 71 años de edad

07 may 2020 . Actualizado a las 21:39 h.

Era un ser humano excepcional. Y conviene decirlo así, ya de entrada -aunque quienes lo conocían ya lo saben bien-, para dar testimonio, ahora que se ha ido, de quién era Jesús Manuel Bardancas en realidad. Porque, por encima de cualquier otra cosa, era un hombre bueno, en el alto sentido que el poeta Antonio Machado le daba a esa palabra. Un hombre de una afabilidad infinita, de quien nadie recordará una mala palabra jamás. Vivía no para sí mismo, sino para ayudar en todo cuanto estaba en su mano y para hacer felices a quienes lo rodeaban. Vivía, realmente, para los demás. Trabajador del sector naval, formó parte en un principio de la plantilla de Astano, y tras el paréntesis de la reconversión culminó su carrera profesional en Imenosa. De joven brilló en el mundo del remo, en  el que se inició en su Ares natal. En ese ámbito cosechó numerosos triunfos. Y más tarde, tras abandonar la competición (y viviendo, ya, en Pontedeume), colaboró, como técnico, con el Club Firrete. Más tarde comenzaría, además, a correr, y como atleta veterano se convirtió también en una verdadera institución. ¿Y qué decir de la música...? ¡La música fue una verdadera pasión para él! Excelente tenor, Bardancas formó parte de la Coral Polifónica Eumesa, que llegó a presidir. Pero brilló sobre todo en el mundo del bolero, como integrante del grupo Los Machucambos. Otro de los miembros de esa formación (y corredor popular él mismo, además), Miguel Ezquerro, recordaba esta tarde, visiblemente conmovido por su fallecimiento, que Bardancas, hace apenas un par de meses, aún estuvo cantando en Ares junto a sus amigos. Yo lo vi por última vez por aquellas mismas fechas. Me habló, con la mayor de los enterezas del mundo, y sin perder la sonrisa ni por un instante, de la enfermedad con la que estaba luchando. Y ahora ya no está. Marchó, como todos los amigos hacen, demasiado pronto. Detrás de sí deja un vacío inmenso. Pero si me permiten una pequeña confidencia, estoy convencido de que, aunque ya no podamos verlo, él seguirá estando en el pinar de A Magdalena, junto al arenal de Cabanas. Corriendo por ese lugar mágico que un día dejó asombrado al neozelandés John Walker (el ganador del oro olímpico de los 1.500 metros en Montreal 76), y que a mí me parece que, como todo cuanto envuelve al rio Eume y a las tierras en las que el Eume se hace mar, está estrechamente unido, de una manera difícil de explicar pero no por ello menos cierta, a la eternidad. Cada vez que la brisa del mar se adentre entre los pinos de A Magdalena, preferentemente conforme vaya cayendo la tarde, Bardancas volverá a correr allí, y el sol, antes de desaparecer tras el horizonte, tendiéndole la mano, también le sonreirá.