Carta de una náufraga en A Marola

Xosé Alfeirán

PONTEDEUME

Castro París

En 1874 Filomena Rodríguez de Paadín relató cómo se salvó de morir ahogada tras chocar contra la roca

14 ene 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

¡Quen pasou A Marola, pasou a mar toda! A su altura, la fuerza de los flujos y reflujos de mareas, vientos y corrientes desplazan y mueven con facilidad a los buques, y con mar gruesa o temporal su travesía entraña peligro, corriendo el riesgo de naufragar.

En la mañana del jueves 8 de enero de 1874, mientras en España se vivían las consecuencias del golpe de Estado del general Pavía contra las Cortes de la I República, el abogado coruñés y empresario Rodrigo Pardo González subió en Pontedeume al pailebot Dolores del Eume, una embarcación de vela de su propiedad destinada al transporte de mercancías. Con él iban el patrón Nicolás Piñeiro, la tripulación y dos familiares, un muchacho y su joven sobrina Filomena Rodríguez de Paadín. Rodrigo estaba casado con Dolores Tenreiro Fernández y asociado con sus cuñados Vicente, Ramón y Agustín Tenreiro tenía varios negocios, como la fábrica de curtidos de Pontedeume, La América, que, bajo la razón social Rodrigo Pardo y Cía., producía excelentes suelas de cuero para zapatos. Partían al puerto coruñés.

La tragedia ocurrió a las 10 de la mañana. Debido a la fuerza del mar el Dolores del Eume chocó contra A Marola. No sabemos cómo, pero Rodrigo Pardo y cuatro de los tripulantes lograron subir por las rocas hasta su cima. Desde arriba de la peña, pidieron auxilio. Tuvieron suerte. Según cuenta la prensa, el mayordomo de la parroquia de Santa María de Dexo los vio y avisó a los marineros de Mera de su apurada situación. Desde allí, echando un bote al agua, partieron cinco hombres al mando del patrón Manuel García Naveira. Remando contra las embravecidas olas consiguieron llegar hasta A Marola, recoger a los náufragos y llevarlos hasta una playa segura.

Mientras tanto el Dolores del Eume iba a la deriva con una vía de agua abierta en el casco. En él permanecían el patrón Piñeiro, Filomena y su sobrino. Sabemos lo que les ocurrió por una carta que Filomena escribió y fue publicada el 14 en el periódico coruñés El Ejemplo.

Es uno de los pocos relatos femeninos de naufragios que se conservan y está cargado de emoción y viveza. Con ella empuñando la caña del timón, Piñeiro maniobraba, creyendo que podían mantenerse. Pero escoraron y cayeron al agua, siendo sostenidos por las jarcias. Con el barco tumbado sobre un costado y agitado por las olas, el patrón logró reflotar la canoa que llevaban y que había quedado enredada entre los cabos. Metidos en ella y amarrados con dos espías al pailebot, siguieron el rumbo que marcaba el viento. Los empujaba hacia punta Coitelada, justo en la divisoria de las rías de Ares y Ferrol.

Ante la proximidad de los acantilados y el peligro de ser arrastrados, cortaron los cabos, encomendándose a Dios y a la Virgen. El patrón, sentado a proa, remaba con dos pequeñas tablillas arrancadas de la canoa, Filomena achicaba el agua. Tras ímprobos esfuerzos, a las cuatro menos cuarto, llegaron salvos a la playita de Canelas (desaparecida con el puerto exterior de Ferrol). Historias de vida, historias de hombres y mujeres.