Dos jóvenes marinos ingleses encuentran en Loiba su «paraíso en tierra firme»
ORTIGUEIRA
Desde la Polinesia francesa descubrieron en internet la casa de la aldea de Picón, en Ortigueira, que han comprado y están restaurando: «Es como un sueño»
25 nov 2024 . Actualizado a las 12:07 h.Jasper Troje-Tuck tiene 28 años y cuenta que su padre, marino, descubrió la ría de Ortigueira y hace una década que se compró una casa en Ponte Mera, donde vive. Para Jasper y su pareja, Georgie Holman, también inglesa, de 27 años, Ortegal es territorio conocido y amado. «Nos dedicamos a navegar, nuestra vida es el mar, salimos (de Inglaterra) hace cuatro años en un velero y vinimos a Galicia, estuvimos viviendo en el barco una temporada en la ría de Ortigueira, y después nos compramos una furgoneta y estuvimos acampados junto a la playa de Esteiro [en O Barqueiro, Mañón], haciendo surf», relatan.
Un día salieron en bicicleta por el camino natural del Cantábrico, costeando hasta Picón, y descubrieron esta pequeña aldea de Ortigueira. «Había cabras», recuerda entre risas Georgie. «Pensamos: ‘este es el sitio, es especial, muy cerca del mar y el acantilado, naturaleza y tranquilidad», apunta Jasper. Poco después partieron rumbo al Caribe, y de allí emprendieron un viaje hacia la Polinesia Francesa pasando algún tiempo en Tahití, en el Pacífico Sur. «Un día, consultando internet (estábamos aburridos), en Idealista vimos una casa que estaba a la venta en Picón. Dijimos: ‘esta es la casa’. Miramos el mapa entre Espasante y Esteiro, nos valía cualquier lugar entre esos dos puntos, y apareció esta casa», recordaban hace un par de semanas, delante de la bodega de su vivienda de Picón.
«Nuestro lugar de retiro»
La operación de compra no resultó nada sencilla, por las dificultades de comunicación y por el papeleo. «Por suerte encontramos un abogado en A Coruña que nos ayudó», comentan. Desde que encontraron ese inmueble y decidieron que querían que se convirtiera en su hogar hasta que pudieron verlo pasaron seis meses. Desde entonces, Loiba se ha convertido en su refugio, su lugar «de retiro» durante el poco tiempo que permanecen en tierra firme. «Trabajamos con veleros, yo soy el capitán y Georgie es el primer oficial, el chef y todo lo demás. Únicamente tenemos unas pocas semanas al año para estar en tierra», explican. Y Loiba se ha convertido en el «paraíso en tierra firme» de estos dos jóvenes originarios del sudoeste de Inglaterra: «Es como un sueño, simplemente vida».
En los tres últimos años han recorrido unas veinte mil millas a bordo de su velero, Latifa, un modelo de competición del año 1936, de 24 metros de eslora, que les espera en Washington, a donde volarán en enero desde su país de origen, al que acaban de irse para visitar a su familia. «Es un yate clásico, diseñado y construido por William Fife en Escocia. En la actualidad, es el único barco en el que navegamos, es nuestro trabajo a tiempo completo, cuidarlo, hacerle el mantenimiento y navegar para propietarios privados, no charter. En el pasado salimos al mar con nuestro propio barco y también trabajamos en otros», precisa Georgie.
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Un gran proyecto
Pero ahora su brújula ya siempre apunta hacia Loiba: «Es nuestro hogar, un gran proyecto». Durante su estancia dedican todo el tiempo a trabajar en la rehabilitación y reforma de su nueva propiedad. Han empezado por la bodega, como espacio de trabajo, y la próxima vez que recalen en la zona comenzarán con la vivienda principal. Quieren vaciarla y rediseñarla, reconvirtiendo cinco minúsculas habitaciones en un amplio y luminoso dormitorio, en la parte de arriba, y montando abajo la cocina (con el baño en un pequeño adosado exterior). «Vamos lentamente, pero seguros», ríen.
¿Qué les ha cautivado de Loiba? «El paisaje, la gente, que es increíble, siempre dispuesta a ayudar, nos ofrecen su maquinaria... hemos sido muy bien recibidos, eso que apenas hablamos español (ni gallego), estamos estudiando...», responden. Entre sus vecinos no solo hay lugareños, sino también alemanes, polacos, algún francés... ¿A qué atribuyen este interés por asentarse en la zona? Contestan sin dudarlo: «La gente viene a Galicia porque aquí se puede vivir, algo que en otros sitios resulta difícil, porque están atestados de gente, son caros... Aquí hay mucho espacio para hacer lo que quieras, es más fácil vivir y hacerlo de manera autosuficiente, con una vida tranquila».
A ellos les encanta Galicia y su gente y confiesan, atrapados por el hechizo de Picón, que tienen muchas ganas de pasar un verano entero. «Un día, cuando la obra esté acabada, nuestro sueño es quedarnos tres o cuatro meses».