Matilde Fojo se jubila y cierra el bar O Coto, en Ortigueira: «He sido una esclava del trabajo»

ANA F. CUBA ORTIGUEIRA / LA VOZ

ORTIGUEIRA

La cocinera reconoce que echará en falta a la gente que ha llenado el local durante tantos años
La cocinera reconoce que echará en falta a la gente que ha llenado el local durante tantos años I. F.

Esta hostelera lleva 46 años en la cocina de este conocido restaurante, que seguirá abierto hasta mediados de octubre

16 sep 2023 . Actualizado a las 12:50 h.

Queda menos de un mes para saborear la cocina de Matilde Fojo Fustes (Devesos, 1957). Los clientes habituales del bar-restaurante O Coto afrontan con resignación el inminente cierre de uno de los negocios más apreciados de Ortigueira. Matilde y Manuel Sanjurjo, también ortigueirés, de Mosteiro, acababan de casarse cuando alquilaron el ultramarinos y la vivienda. Muchos lo conocen como A Taberna do Cantante, por Manuel, que falleció en 1996 a los 44 años. «Había cantado en una orquesta. Cuando vinimos ya lo había dejado, pero aquí cantaba para los clientes», recuerda Matilde. Cuando enviudó, con tres hijos (la pequeña de tres años y medio, y los mayores, de 16 y 19), ya estaba cerrado el trato para comprar la casa y el negocio, y más adelante lo reformó.

«Empecé aquí el 6 de febrero de 1977. Desde el principio dábamos de comer a los trabajadores de la madera, después al personal de Cheiván, que empezó en 1981, y luego al de la cantera», detalla. La tienda desapareció al poco de abrir Alcampo en Ferrol: «Ponían un autobús gratuito, y aquí la gente venía a por un poco de azafrán o un kilo de azúcar, lo que se había olvidado». La veterana cocinera iba para peluquera. «Desde los 15 años ya fui independiente. Primero trabajé con mi prima en una peluquería en Viveiro, después la cerró y me fui al [restaurante] Serra, estuve en 1974 y 1975, fue donde aprendí, siempre lo pongo de referencia. Y luego lo dejé para estudiar peluquería en A Coruña», cuenta.

Comer lo que te dan

Los fogones han sido su vida. «He sido una esclava del trabajo», reconoce tras 46 años entre ollas y sartenes. O Coto solo cerró cuatro años, de noviembre de 2008 a marzo de 2013, cuando Matilde comandó la cocina de una cantera. Hasta 2008, los clientes comían lo que les daban: «Había un primero y un segundo. Lunes, caldo y chuleta de cerdo; el viernes, lentejas y carne asada... un día a la semana pescado y todos los días platos diferentes porque venía la misma gente».

Cuando reabrió, en 2013, amplió las propuestas, con tres o cuatro primeros y otros tantos segundos. Un día cualquiera por semana se puede elegir entre caldo, pasta, sopa o macarrones con carne; albóndigas, ternera asada, pollo al horno o chuleta. Y de postre, piña o melocotón, tarta helada, tarta de Santiago, requesón, queso con membrillo y los más codiciados, los flanes de café y queso. Todo por 12 euros. El fin de semana son 20, con los mismos postres.

Entre los primeros, los sábados nunca fallan los callos, que compiten con el salpicón, la caldeirada de pulpo o la ensaladilla; y para el segundo ofrecen ternera, cordero, bonito en rollo, chuleta o filete de ternera. Yolanda, la benjamina, trabaja mano a mano con su madre, en la sala, y se sabe el menú de carrerilla. Sus hermanos también «trabajaron mucho aquí».

Caldo a más de 30 grados

En verano rondan los cien comensales (los mismos que atendían en invierno los años fuertes de la cantera, en varios turnos) y en temporada baja andan por 75. «En la cocina estoy sola, no da para pagar a una persona, el margen es reducido», comenta Matilde. «Los obreros son los que menos protestan», subraya, y a los veraneantes les pierden el caldo y otros platos de cuchara, aun por encima de los 30 grados.

Hasta hace un año daban cenas de viernes a domingo, por encargo y únicamente sopa y cocido: «Tengo hecho 600 freixós, en tres sartenes y la plancha». «Cuando estaba mi marido no nos íbamos a la cama, era ducha y volver a trabajar. Unos años dejamos las cenas los sábados porque hacíamos campeonatos de tute, y me iba a las seis de la mañana», repasa.

Matilde no se cansa de agradecer la ayuda de sus vecinos, vital cuando se quedó viuda. «Aquí ha habido siempre clientela conocida, ha sido todo muy familiar. Desde que volví [en 2013] cambió todo, por internet. Un cliente me puso en TripAdvisor, me llamaron para felicitarme y yo les insistía en que me quitaran de ahí. Este verano cogimos cada día 30 o 40 llamadas a las que tuvimos que decir que no, nos fastidió, pero no podíamos más», explica.

¿Qué tiene su comida? «Es normal y corriente... aprendí en el Serra, había una cocinera de Covas, Pastora, sigo haciendo el bonito en rollo como ella», responde. La relación con el personal también ha sido «muy familiar». En alguna etapa, Matilde cocinaba, servía, recogía y fregaba. «He sido una esclava del trabajo —admite—. Me lo tomo siempre con mucho cariño. Cuando me quedé sola con tres hijos y una hipoteca... no te da tiempo a deprimirte, no te deja parar, tenía que ir ganando dinero para ir pagando mis deudas». Cuando volvió, tras los años en la cocina de la cantera, se trajo la peladora de patatas: «La compré, fue la mejor inversión que hice. Antes pelaba todo a mano, hasta 150 kilos el día de la feria de San Marcos, pelaba 25 kilos en 20 minutos. Ahora, un mínimo de 50 todos los días».

Esta mujer valiente y tenaz no echará en falta el trabajo, «pero a la gente, sí», aunque confía en verles. Ha ganado amistades, de la zona y de fuera. Muchos añorarán O Coto, «el centro de reunión en Devesos». «Llevo 46 años y medio, tenía 19. Aquí me han enseñado a sufrir y a pasarlo bien; lo he pasado fenomenal y he sufrido mucho», confiesa. Ahora quiere viajar, montar un invernadero y disfrutar de los suyos.