Adiós a la pizarra y los «retulas»

ANA F. CUBA ORTIGUEIRA / LA VOZ

ORTIGUEIRA

CEDIDA

Pese al cambio tecnológico, dos maestras recién jubiladas ven clave «la paciencia y la sensibilidad» para la docencia

07 jul 2017 . Actualizado a las 00:24 h.

La ortegana Carmen Vázquez, Carmencita, y la viveirense Obdulia Dopico, Luli, asentada en Ortigueira desde hace 44 años, acaban de jubilarse. Estrenan las vacaciones conscientes de que este verano no acabará como todos. ¿Echarán de menos las aulas? Dudan, pero les gusta pensar que no tendrán que empezar de nuevo en septiembre y oír durante días la cantinela: ¿Con lápiz o con boli? «Con retula». ¿Ponemos la fecha...? Para Carmencita, tras casi cuatro décadas al pie de la pizarra, lo más difícil ha sido «enseñar a los niños a expresarse bien por escrito». Durante años, sus alumnos redactaban un cuento colectivo cada semana.

 «Ahora tienes que ceñirte más a la programación, hay que dar los temas y no te queda tiempo», señala Luli, que atribuye su vocación de escritora (oficio que ha compaginado con la docencia) a «doña» Maruja Bóveda Ulloa, su profesora en la escuela unitaria de Landrove, «de donde algunas niñas salían con el ajuar hecho». Los pequeños aprendían de los mayores y estos repasaban oyendo la lección de sus compañeros. Carmen estudió en el viejo colegio ortegano, la actual biblioteca, en la sección de niñas, separada de la de niños por la palmera.

¿Qué es lo más difícil de la enseñanza? «La paciencia, hay que tener diferentes sensibilidades con los alumnos; y ahora mismo, la dejadez de algunos padres», opina Carmencita. «Y se perdió el respeto», apunta Luli. «Cuando vine a Ortigueira el colegio tenía más de 1.200 alumnos [hoy ronda los 350], con clases de 37, los repetidores ya se afeitaban... Y si les decías ‘mira, que vou chamar a teu pai’, ya no hacía falta más», cuenta la maestra ortegana. Las dos han formado a los hijos de muchos de sus alumnos y Carmen ha coincidido en el aula con uno de sus vástagos -«le exiges más, él decía que era horrible»-. Conocer a las familias y sus problemas «es bueno para saber cómo va el niño», opina Luli, que recuerda las actividades de la Semana Cultural, «cinco días sin libros, para dedicar al conocimiento del medio más cercano», de la mano del maestro Vicente Villar, «que también organizaba muy buenas excursiones», a las que ella siempre se sumaba.

Las aventuras del ratón

En tantos años de profesión, han tenido que adaptarse a muchos cambios -el ordenador les costó «muchísimo»; Luli cogía el ratón al revés y a Carmencita se le escapaba de la pantalla, recuerdan, entre risas- y han visto cómo se perdía «la cultura del esfuerzo, en parte por la competencia de los móviles y las nuevas tecnologías, todo es inmediato y no supone trabajo conseguirlo», comenta Carmen. «Antes quedaban en la piedra (el monolito situado frente al colegio ortegano) a las cinco, tras salir del cole e ir a casa a por el bocadillo, iban al monte de Brandariz, al muelle a pescar o a bañarse, al Campo da Torre... Y también les quedaba tiempo para las gaitas o el deporte», evoca Luli. Ahora «hay muchos hijos únicos de padres ya mayores, y están sobreprotegidos», coinciden. ¿Deberes sí o deberes no? Luli: «No [...]. Y si tienen, que los hagan ellos, no los padres ni en las clases particulares». Carmencita: «Sí, sin abusar, repasar lo estudiado por la mañana con un par de ejercicios, la memoria se ejercita repitiendo». Las dos se reconocen «blandas» con sus pupilos, tardaban poco en levantarles los castigos.

¿Qué es lo más gratificante? «Cuando ves que un niño al que le cuesta, con un ambiente familiar poco propicio, sale adelante [...]. Y ese mensaje de un alumno a fin de curso, ‘gracias por enseñarme cosas que no vienen en los libros’», responde Carmen. «Para mí, que los cojo con tres años hasta los 12, llevarlos de la mano, desde que les limpias los mocos, ver todo el proceso», contesta Luli. Las dos han sido pioneras en trabajar con el periódico en el aula y participan, desde que nació, en el programa Prensa-Escuela, de La Voz de Galicia. Ser maestro, resumen, requiere «paciencia, sentido y sensibilidad».