Eva Blanco, hostelera de Narón: «La pandemia me hizo un favor, no tenía vida, he ganado tiempo y tranquilidad»

ANA F. CUBA NARÓN / LA VOZ

NARÓN

Eva Blanco montó el restaurante hace 26 años y lo retomó hace cuatro años y medio, tras una temporada larga de arrendamiento
Eva Blanco montó el restaurante hace 26 años y lo retomó hace cuatro años y medio, tras una temporada larga de arrendamiento JOSE PARDO

La cocinera y empresaria Eva Blanco cerró su restaurante de Sedes, A Grella dos Avós, y ahora prepara menús semanales para llevar y alquila el local para eventos

23 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

A Eva Blanco García (Narón, 55 años), la pandemia le obligó a cerrar su restaurante, A Grella dos Avós, en Sedes, y a reinventar su modo de ganarse la vida y de vivir. Abrió el negocio hace 26 años, con el nombre Montesol, pero lo tuvo alquilado durante mucho tiempo, hasta que volvió a tomar las riendas. «En noviembre hizo cuatro años desde que lo volví a gestionar yo, con un cambio de nombre, estilo y cocina. Se le dio un vuelco total», cuenta. Nació entonces A Grella dos Avós, «porque la idea era volver al origen, a casa».

«Seguimos trabajando, sobre todo, la parrilla. El churrasco era el plato fuerte, pero le di la vuelta para ofrecer distintos tipos de carnes nobles, carne de vaca madurada, chuletones... Iba fenomenal, más que bien, tenía a siete personas trabajando conmigo», repasa. Proponía un menú del día «distinto al habitual», con los mismos platos de la carta: «Ensalada de xarda escabechada, pimientos de piquillo con lomos de bonito del Norte, cecina de León...». La clientela fue aumentando y «trabajaba de maravilla».

Hasta que irrumpió la pandemia y forzó el cierre temporal, que ha acabado siendo definitivo. «Teníamos todos los pedidos de carne para el Día del Padre, y casi todo reservado, y hubo que cancelarlo todo. Y el personal, todo al ERTE [expediente de regulación temporal de empleo]», recuerda esta empresaria. «En ese momento, lo que me quitaba el sueño eran los empleados, siete familias. Pensé ‘lo primero es buscarles trabajo a ellos', y dentro de lo que pude los fui colocando, algunos en negocios de clientes nuestros», relata.

Blanco rechazó algún empleo y sugirió a gente de su equipo para el puesto. «Yo tenía la esperanza de volver a abrir con normalidad, pero, visto lo visto, al tener el local acondicionado decidí ofrecerlo como un txoko vasco, para alquilar, conmigo como cocinera o con otro chef», explica. La idea resultó, y en verano «funcionó muy bien», con varios banquetes y celebraciones.

Entretanto, los clientes continuaban llamando para preguntar cuándo se reactivaba el restaurante. «Pero yo estaba sola, y significaba volver a empezar a formar personal, que es lo primordial, la atención al cliente... Y empecé a darle vueltas, ¿cómo conseguir que esos clientes sigan comiendo mi comida sin tener que abrir el local?». Así surgió la iniciativa de preparar menús semanales, un servicio de comida para llevar (con reparto a domicilio), con dos entregas, una el lunes, con los platos de ese día, el martes y el miércoles; y otra el jueves, con los de esa jornada, el viernes, el sábado y el domingo. «Son siete platos distintos, envasados en táperes, cocina de casa, sencilla, hecha con productos de temporada y elaboraciones saludables», detalla.

Personas solas y familias enteras

La propuesta ha despertado el interés de gente de Narón, Valdoviño, Ferrol, Ares o Pontedeume. «Primero iba enfocado a las cenas, para que al volver a casa no tuvieras que comer lo que hubiera en la nevera, pero la mayoría lo quieren para las comidas», indica. Entre los clientes hay personas que trabajan fuera de casa, gente mayor que no quiere cocinar, hijos que encargan la comida para sus padres, que viven solos, trabajadores que comen en la oficina y familias enteras, «que evitan ir a la compra y pensar qué comer, y lo agradecen». El coste es de 40 euros por los siete platos semanales. Hay quien los pide de vez en cuando y quien se ha hecho fiel a los táperes de Blanco.

«Siempre hay un plato de cuchara, productos integrales, verduras en todos los platos, y ahora estoy empezando a elaborar platos muy bajos en sal y grasa, a demanda de los clientes», apunta. Compagina este trabajo con el arrendamiento del local, de 300 metros cuadrados, para encuentros de amigos o celebraciones. «Para mí el restaurante era una inyección de vitalidad, lo veías todo siempre lleno... Pero, hoy por hoy, me doy cuenta de que la pandemia me hizo un favor, me obligó a pisar el freno, entraba a las nueve de la mañana y salía a las tantas, no tenía vida. He ganado tranquilidad y tiempo».