En la actualidad, la amplia familia de la directora del CNI sigue pasando las vacaciones estivales y la mayoría de los puentes en O Seixo. Tienen un barco con el salen a navegar por la ría, según indican los vecinos.
Melchor Sáiz-Pardo
No hace ni un año de aquel 1 de julio del 2021, pero en el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) lo recuerdan como si hubiera pasado una vida. Ese día, a bombo y platillo, el Departamento de Seguridad Nacional (DSN), el órgano de Presidencia de Gobierno encargado de asesorar a Pedro Sánchez en las cuestiones más sensibles del país, sacaba pecho y anunciaba a los cuatro vientos que España estaba «a la cabeza mundial en ciberseguridad».
Solo unas horas antes, la Unión Internacional de Telecomunicaciones de Naciones Unidades había colocado a España en el quinto puesto del Índice Global de Ciberseguridad 2020, el ránking más reconocido del planeta, solo por detrás de Estados Unidos, el Reino Unido, Arabia Saudí y Estonia, e igualada con Corea del Sur y Singapur. Detrás de esa puntuación de 98,52 sobre 100 se encontraba el trabajo de varias agencias e instituciones nacionales, pero la labor de una sobresalía: la del Centro Criptológico Nacional (CCN), el corazón de ciberseguridad del CNI desde hace 18 años y el departamento señalado en las últimas semanas por la Moncloa por no haber detectado supuestamente hasta ahora el espionaje al Gobierno.
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