Cuatro trabajadoras de distintos sectores comparten el coraje y la pelea continua para salir adelante
07 mar 2021 . Actualizado a las 12:10 h.«Sexamos positivas; estamos aquí para mover as estruturas do machismo, que parecen inamovibles, sempre dende a alegría». Vanesa Castro, investigadora, productora y agitadora cultural, lanza, desde Monfero, este mensaje de aliento a todas las mujeres, en vísperas del 8M. Tiene 41 años, y aunque nació en A Coruña, su vida siempre ha estado ligada a la casa de sus abuelos paternos, en Vilachá, donde reside con su pareja desde hace nueve años. Estudió Bellas Artes en Valencia y tras varios años de nomadismo, por temporadas en el rural luso y castellanomanchego, se reencontró con sus orígenes.
Desde la Asociación Rural-C, de ámbito estatal, que fundaron en 2012, trabaja y colabora con distintos colectivos en el País Vasco o en Portugal, impartiendo seminarios y talleres. El covid-19 les ha obligado a cambiar el formato. A finales del año pasado estrenaron la película documental Monfero 2020, «unha mirada sobre a vida cotiá do territorio, que retrata ás persoas nos seus labores e oficios, as paisaxes e os lugares». Castro, defensora de la vida en el rural -«que a xente poda quedar ou vir á aldea e dedicarse non só á gandaría e a agricultura»-, ve avances hacia la igualdad. «Pero queda moito por facer -alerta-, as mulleres estamos a ser cuestionadas continuamente, pola roupa, o peso, a ética, a forma de falar...».
Fátima Pena (Ortigueira, 38 años) sabe bien lo que significa «buscarse la vida». «Vengo de una familia humilde, tengo tres hijos, he vivido dos separaciones y no me queda más remedio. Mis padres me enseñaron a buscarme las habichuelas, y con 12 años ya les echaba una mano detrás del mostrador del bar», cuenta. Estudió auxiliar administrativo y ha trabajado en hostelería, vendiendo seguros, cuidando ancianos o contratando orquestas. A esto se dedicaba cuando irrumpió la pandemia, obligando a suspender todas las fiestas patronales.
«Fue lo que me decidió a probar suerte en la multinacional estadounidense Mary Kay [dedicada al sector de la belleza]. Me casé el 3 de octubre y empecé en firme justo después. He encontrado la empresa que me lo da todo a nivel personal, laboral y económico», asegura, orgullosa de haberse convertido en empresaria de la marca, en muy pocos meses, con una treintena de personas a su cargo, en Ortegal y Ferrolterra, Málaga, Barcelona, Asturias o Suiza. Ofrecen tratamientos faciales gratuitos y los dirigen de forma virtual. Pena se mira en el espejo de Mary Kay, «una mujer frustrada, en los años 60, porque no le dejaban acceder a un puesto ejecutivo, y por eso fundó la compañía». Se declara feminista, reconoce que las cargas familiares siempre han recaído sobre ella y cree que «hay que buscar la igualdad para todos, hombres y mujeres».
Noelia Vázquez (Narón, 35 años) no completó sus estudios de ingeniería porque antes de acabar ya consiguió empleo. La empresa en la que llegó a jefa de departamento cerró y en 2015 montó, con dos socios, OK3 Seguridad Industrial, un organismo de control acreditado para la inspección de ascensores, instalaciones eléctricas, equipos contraincendios y a presión. En Galicia son 17 entidades reconocidas por la Entidad Nacional de Acreditación (ENAC). Ahora son cuatro socios y cuentan con otros tantos empleados. Ella es la gerente, una de las pocas mujeres con un puesto de responsabilidad en empresas del sector, «muy masculinizado». «Pero nunca me he sentido desplazada», afirma.
A Vázquez, más que reivindicar, le gusta ejecutar. Admite que queda camino por andar hasta alcanzar «un equilibrio» entre hombres y mujeres. Y constata que «la maternidad sigue pesando mucho en los puestos de dirección». Socia fundadora del grupo de trabajo colaborativo BNI Albatros, al que atribuye el 25 % de la facturación de OK3, admite que trabaja «mucho», satisfecha del equipo y del crecimiento continuo de su empresa.
María José Aneiros (Cerdido, 53 años), perito agrícola, comparte con su marido la titularidad de la Gandeiría Painceira, la granja fundada por sus padres, convertida en una moderna explotación, con uno de los primeros robots de ordeño instalados en Galicia, sustituido en 2019 por dos más eficientes. «Un dos problemas máis graves é a falta de man de obra», señala. Ve poco futuro en el sector en esta zona, no así en otras partes de Galicia, «con máis tradición agrogandeira».
La formación de su hijo va por otro campo, pero Aneiros no descarta que siga con la ganadería -«dependerá das oportunidades laborais»-. A ella también le toca la doble jornada, en la granja y en casa: «Ao mellor moitas das que estamos nisto é xusto porque nos permite o coidado, tanto dos fillos coma dos pais, e que sempre recae máis nas mulleres».