Rosa Martínez, vecina de O Barqueiro de cien años: «En casa siempre tuvimos de todo, menos dinero»

ANA F. CUBA MAÑÓN / LA VOZ

MAÑÓN

Rosita se expresa con pasión y cita con frecuencia a su abuela, hijos, sus tres nietos y sus tres bisnietos
Rosita se expresa con pasión y cita con frecuencia a su abuela, hijos, sus tres nietos y sus tres bisnietos I. F.

Esta mujer lúcida y resuelta nació en una familia de labradores, trabajó duro desde niña y sufrió las privaciones de la posguerra

12 abr 2024 . Actualizado a las 18:22 h.

Rosa Martínez Martínez, Rosita, tenía 13 años cuando comenzó la Guerra Civil. «Nací en O Fraixo, en la parroquia de Mogor [Mañón], allí me crie y viví hasta los 18 años. Me casé el 18 de abril de 1941 y el 29 de junio nos vinimos al puerto [O Barqueiro], después de ir a la fiesta de San Pedro [en el Porto de Bares]», recuerda. Impresiona el relato minucioso de esta mujer que cumplió cien años el 12 de abril y lo celebró con su familia en un restaurante de Viveiro, «hasta las ocho y media de la tarde», sin desfallecer.

Hija de labradores, cuenta que iba a la escuela «cuando llovía». «Había que trabajar... me crie sin padre, no recuerdo cuándo se fue a Buenos Aires, y cuando vino ya tenía 12 o 13 años. Antes de que se marchara fuimos seis hermanos y después otros seis», explica la primogénita (del resto viven tres, una en Montevideo, de 82 años, y los otros dos en la zona, de 87 y 89). Creció con su madre y su abuela, «una gran mujer, la que disponía el trabajo y aconsejaba», de quien lo aprendió casi todo.

Guarda una imagen nítida del día que conoció a su padre: «Veníamos de sembrar el trigo, mi abuela se puso a encender la lareira y estaba la costurera en casa. Decían que había ladrones, vi a un hombre abrir la puerta y grité ‘un ladrón', mi abuela se giró y me dijo ‘no es un ladrón, es tu padre'. Me quedé fría, para mí era un extraño». Y lo fue siempre. «De joven no comprendía, después sí. Aún estaba soltera cuando se murió. Nos hicimos cargo del entierro», comenta, sin juzgarle a él ni a su madre.

Su marido, Ramón Martínez Blanco, era marinero, de Espasante. «Enviudé el 3 de agosto de 2001, en octubre hacía 85 años. Fue a la guerra. Cuando nos casamos, en la posguerra, no había nada para comprar aunque tuvieras dinero, teníamos cartilla de racionamiento. Era motorista en barcos de costa (mercantes como el Carmelina, el San Luis o el Gondán), transportaban madera para lápices a Sevilla, cargaban sal... pasaba un año entero fuera, salvo 18 días de vacaciones».

La Galerna y Suiza

Rosita crio a sus hijos, Tita, de 80 años, y Rafael, de 70. «Tenías que hacer de todo, iba al monte, al terreno, a la marea (al marisco)... Cuando nació mi hija no había chocolate, ni pan, ni aceite. Cuando nació mi hijo ya había cambiado, ya no le faltó de nada». Su marido también se enroló en pesqueros: «Fue al bonito varias mareas [...], hasta la Galerna, que lo cogió en el mar. Quedó traumatizado, y fue cuando dispusimos ir a Suiza. Estuvimos tres años y medio, y después aún compró una embarcación». Su experiencia como emigrantes fue buena, pero decidieron retornar para ayudar a su hija con la crianza de los dos nietos.

A Rosita, el trabajo jamás le ha dado miedo: «Venía acostumbrada de mi casa, había seis vacas y trabajábamos de la mañana a la noche, con una hora de siesta que aprovechábamos para ir a bañarnos a la playa de Esteiro o al puente, cuando nos dejaban. En una casa de labradores se trabaja todo el día, todos los días... el domingo tocaba lavar la ropa y fregar. Me mandaron a coser con 12 años, y cosía, pero iba al monte y al terreno como los hombres. Si te quedabas en casa había que dar de comer a los terneros, preparar las cuadras, la cena... casi prefería cavar el maíz».

Rosita sopló las velas el miércoles, con parte de su familia y el alcalde de Mañón (derecha)
Rosita sopló las velas el miércoles, con parte de su familia y el alcalde de Mañón (derecha)

Su abuela también se llamaba Rosa Martínez. «Tuvo a mi madre de soltera, era una mujer muy trabajadora, nos enseñaba a amasar el pan, a cocer... en aquel tiempo las mujeres sabíamos hacer de todo. Las de ahora ni poner un botón, solo con el móvil. Mi abuela era tecelana (tejedora). Cultivábamos lino en un terreno, se recogía, se echaba en un pozo en agua, después se ponía al sol... y nos juntábamos varios vecinos de noche en una casa para fiar, unas bordaban, otras tejían... Mi abuela hacía las colchas (de trapos de colores y alguna blanca) y las sábanas de estopa. Yo también hice colchas, paños... Entiendo que ahora muchas trabajan con el móvil, pero... creo que no saben hacer otra cosa».

A pie y, después, en tren

Desde que empezó a funcionar el ferrocarril, en 1966, era usuaria habitual, pero de jovencita iba andando: «Coches no había, salvo el del médico... íbamos a vender los cerdos a Loiba y después comprábamos las crías en Viveiro y veníamos a pie con ellas a cuestas. Íbamos a pie a las ferias de Mera, a San Claudio, a Moeche...». En la posguerra «ni fiestas había». «Paseábamos por la carretera, de la casa de Villamil a la del Relojero, íbamos las chicas y después se arrimaban los chicos», sonríe. En O Barqueiro «hubo tres salones (aún soltera, venía la orquesta Variedades de Viveiro al de Beaz, era preciosa) y dos cines, el de Beaz (se conserva) y el de Manuel do Muíño, que tuvo el primer molino eléctrico de toda la zona, tenía cola de sacos de maíz y trigo».

En su casa había molino de agua. «Tuvimos que trabajar mucho pero, dentro de lo que había, nunca nos faltó de nada. Siempre tuvimos de todo, menos dinero —sentencia—. Hoy en las casas no hay más que miseria, hay que ir a la tienda cada semana. Cocíamos pan, teníamos mucho terreno y cosechábamos trigo, maíz, habas y patatas para todo el año, hortalizas... tomábamos la leche que queríamos, fresca, cuajada, manteca... Nunca pasamos hambre».

«Mi abuela subía a la carretera para comprarnos cerezas que traía un señor en un carro —prosigue—; mandaba hacer [talar] un ciento o dos de pinos para la ropa de los niños del Jueves Santo, para ir a la iglesia con el tastarabás, se compraba la tela porque todo se hacía en casa; en carnaval nos disfrazábamos, hacía filloas, buñuelos... en el patrón había cerdo, cordero, pollo de casa... Desayunábamos patatas con torreznos y una taza de leche con pan. Mi abuela y mi madre nos daban aceite de bacalao, y si no había, una yema con moscatel». Con cien años, continúa valiéndose por sí sola para casi todo.