
Rory Williams lleva 12 años en el municipio ortegano, donde ha cumplido su sueño de vivir en la montaña, surfear casi cada día y montar su taller
27 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.La primera vez que Rory Williams (Zimbabue, 1959) se subió a una tabla de surf tenía diez años. «Iba con mi familia de vacaciones a Durban [Sudáfrica]», recuerda. De madre sudafricana y padre galés, con 21 años, y después de haber participado en la guerra civil, abandonó su país natal para irse a Gales. «Era montañero profesional y hacía fotos para libros-guía de montaña, llegué a tener a doce personas trabajando», cuenta. Hasta que a principios de los 90 vendió la empresa y se lanzó a un viaje por el mundo que culminó hace 12 años en el municipio ortegano de Mañón.
Durante una década vivió en Nueva Zelanda, donde se formó como shaper (moldeador, en traducción literal) de tablas de surf. «Tuve la suerte de aprender con el mejor de los mejores maestros». Brian Hilbers le instruyó en el oficio, a partir de las enseñanzas que había adquirido de Allan Byrne, ya fallecido, responsable de la firma Byrning Spears. «Si alguien quiere comprar una tabla de surf original de Allan Byrne, Byrning Spears, puede venir aquí y conseguir una... En el mundo solo hay seis personas que tengan esos conocimientos», comenta, sin ánimo de alardear.
Tras varios años moviéndose entre Nueva Zelanda y Sudáfrica, y otra temporada en Australia, un amigo chileno le descubrió Galicia. «Había hecho el Camino de Santiago y nos dijo [a él y a su pareja de entonces] que teníamos que ir». Siguieron su recomendación y a Rory le fascinó un rincón del norte, en el interior del municipio de Mañón, donde se compró una casa en 2008. «Desde hace diez años no salgo de Mañón, salvo para ir alguna vez a Ferrol», comenta entre risas. Aquí ha cumplido su sueño de vivir en la montaña, surfear casi cada día y montar su taller de tablas de surf personalizadas.
«Cuando surfeas es como meditar, no piensas en los problemas del mundo, esperas la siguiente ola, cómo anticipar el próximo movimiento, y cuando coges la ola no piensas en nada salvo en la ola. Es algo similar a lo que sentía escalando montañas, te olvidas de todo», explica. Casi cada día se escapa hasta la ría de O Barqueiro -«cuando llegué estaba solo [palabra que enfatiza en castellano] en la ola, ahora algunos días hay demasiada gente»- o a la playa de Esteiro -«con la fenicia, la ola de Bares, no me atrevo, soy demasiado mayor [risas]»-.
Cuando llegó a Mañón, Rory empezó a trabajar en el monte, de operario forestal. No tardó en dejarlo -«cortar árboles es duro y peligroso»- para dedicarse en exclusiva a diseñar y fabricar tablas de surf personalizadas. «Siempre he sido bueno con las manos, hice guitarras, muebles, todo tipo de cosas... Ser capaz de dar forma a algo sobre lo que también puedes surfear es una manera de expresarse. Si hay algo que quiero hacer en una ola puedo darle forma a la tabla para poder llevarlo a cabo».
Diseños clásicos
De ahí que en Mañón no solo haya alcanzado su sueño. «Puedo hacer realidad los sueños de otra gente, surfistas que van a una tienda y no saben lo que quieren... Casi todo está hecho con máquinas, en China o en Indonesia, sin que nada importe en realidad, salvo el dinero». Rory aplica en su trabajo «las habilidades clásicas de los shapers de los años 20, 30, 40... Así hasta el presente». «Hago tablas de madera, tengo una pequeña plantación de paulonias, suficiente para fabricar tablas el resto de mi vida [risas]. Puedo darle a la gente lo que necesita, moldeando una tabla que se ajuste a sus capacidades, su talla, las olas y el estilo de surf que le gusta, y todo a mano», remarca, sin atisbo de pretenciosidad. De sus manos y de su experiencia de más de 30 años salen piezas únicas, bajo su sello comercial, Tribal Connexion Surfboards (https://m.facebook.com/TribalConnexionSurf/), con un logotipo diseñado por su pareja, Teresa Carbajo.
¿Cuánto cuesta una tabla? «El precio medio es de 420 euros, pero una tabla de madera de paulonia hecha a medida puede costar dos mil o tres mil euros. ¿Cuánto dinero te quieres gastar?». A él le gustaría transmitir sus conocimientos a alguien en Galicia. «Pero ahora no tengo mucho trabajo y el taller es algo pequeño». Su actividad principal se centra en las reparaciones, un servicio que no existía en la zona de Ortegal. «Hay gente que cobra muchísimo, 40 euros por cualquier cosa; yo he sido un surfista pobre, sé lo que es, y si es algo pequeño cobro cinco euros, la media pueden ser 15, y algo muy completo, 60».
«Haces feliz a la gente»
Los surfistas de la zona le llevan sus tablas dañadas, alguno «una cada semana», ríe, y él se las devuelve impecables. «Me gusta porque haces feliz a la gente, una reparación profesional sin gastarte mucho dinero», comenta, satisfecho de «poder devolver algo a Galicia y a la historia del surf, en la que España es muy importante, con algunos de los mejores deportistas del mundo».
A Rory le encanta Mañón -«el clima es como el de Nueva Zelanda, puedes tener las cuatro estaciones en un solo día»-, entiende y se esfuerza en hablar castellano y gallego -«es muy importante conservar el idioma»-, que ha aprendido de oído, y cuando conversa con británicos (su otra nacionalidad, junto a la sudafricana) desmonta el tópico de que los españoles no trabajan -«lo hacen y duro, muchas horas, demasiadas»-.
Su momento vital es dulce: «Estoy feliz. Me ha costado llegar hasta aquí, pero ahora me puedo relajar y disfrutar de mi trabajo sin demasiadas preocupaciones. Mis hijas están en la universidad [en Gales], felices...». Cuando el mensajero le llama porque no encuentra su casa, algo frecuente, le envía «al bar Pepito», a Espasante. Un buen pretexto para tomar un café y charlar con su amigo.