El renacer de la bolera Bentley: «Aquí han jugado abuelos, padres e hijos»

Carla Elías Martínez
carla elías NARÓN

FERROL CIUDAD

JOSE PARDO

El negocio rejuvenece con nuevas pistas y más juegos: «Tengo muchos planes»

23 mar 2025 . Actualizado a las 18:40 h.

En Ferrolterra queda un espacio donde sentirse como en una película adolescente de Estados Unidos, jugando a los bolos y bailando. Es la Cafetería Bolera Bentley, un lugar de ocio para todas las edades en Narón que, tras más de medio siglo de vida, toma impulso y se viraliza en redes sociales entre al generación Z. Liliana Vargas Quintero (Colombia, 1971) es su actual propietaria. Llegó a Ferrol hace veinticinco años y desde entonces ha estado vinculada al mundo de la hostelería. Hace siete recaló en el Bentley, dándole un giro al concepto del local. «En su tiempo hubo música en vivo, era un café espectáculo, pero yo me inclino más a los juegos y, de noche, a las copas. Estamos abiertos de siete a cinco de la mañana», comenta. Y, aunque sea de lo más popular entre los jóvenes, recalca que su espacio que acoge a clientes de todas las edades. «Un sábado por la tarde tienes muchos niños, pero también a gente mayor que ya iba de joven y ahora, como padres».

Su camino en la hostelería comenzó trabajando en cocinas y como camarera en distintos establecimientos de Cabanas y Pontedeume. Y una mala experiencia laboral le llevó a dar un giro a su vida. «Terminé con unas personas que no me pagaron, pero creo fue lo mejor que hicieron porque decidí coger el paro y montar mi primer negocio, con mi hermana, en Fene, donde yo vivo», explica. Desde entonces, ha ido consolidando su presencia en el sector, hasta que se decidió a apostar por la bolera de Narón. «No era un público que yo conociese ni ellos a mí, pero estoy muy agradecida porque me acogieron muy bien», destaca.

La historia de Lili es la de una mujer luchadora, que se ha abierto camino a base de esfuerzo. «Me vine a España con tres hijos, y aquí me casé, tuve otra, me divorcié... Al principio tuve que trabajar yo sola, una mujer en la noche. Me daba miedo, pero fue todo bien. Después, cuando empecé a ver que funcionaba ya tuve mi primer camarero a media jornada», recuerda.

Hace tres años su vida se vio sacudida por un cáncer que le obligó a frenar en seco. En ese momento, su marido dejó «el camión», comenta, y se hizo cargo del negocio. «Saqué un negocio que no pensaba dejarlo atrás», afirma con determinación. Ahora, recuperada, vuelve con energías renovadas y muchas ideas. Hace un año renovó por completo el local, cambiando las pistas y modernizando las instalaciones. Además de la bolera, el espacio cuenta con una zona de juegos con máquinas recreativas como la típica de peluches, «que siempre da premio», recalca, tres billares, futbolines, máquina de aire y dianas. «Tengo muchos planes. Hemos ido remodelando las instalaciones para que el público esté contento», destaca. También está muy involucrada con las redes sociales, herramienta clave para conectar con su clientela.

Con los años, Lili se ha sentido cada vez más arraigada en Ferrolterra. «Me han aceptado muy bien aquí. La primera familia que tuve fueron los abuelos de mi hija, a los que les estoy muy agradecida», expresa con emoción. Su vínculo con la comunidad ha sido tan fuerte que ha podido traer a su madre, su hermana y el resto de sus hijos a la comarca.

Entre toda su clientela tiene una familia muy especial para ella. La de Carmen Raña, la anterior propietaria, que sigue acudiendo a la bolera de divertirse. «Vienen Carmen y Pepe, con su hijo y nietos», comenta Lili. Carmen cogió la bolera «hace cuarenta años». «Mi compadre estaba viviendo en Inglaterra y cuando volvía de vacaciones iba y nos enganchó a mi marido, Pepe, y a mí», recuerda. Adquirieron la bolera a Mónico, su fundador, un valenciano que cuando vivía en Inglaterra se casó con una naronesa. Alucina con que sea la única en la zona. Y tiene cientos de recuerdos. «La echo de menos, estaba muy contenta. La clientela era maravillosa. Tuvimos a gente muy buena. Aquí llegamos a hacer campeonatos», comenta. Les visitaban también muchos extranjeros en la ría. «Tuvimos a los chavalitos de un barco, que no recuerdo de dónde eran», comenta.