Ha nacido y crecido un mantra político que descalifica a todo lo que está, o lo sitúan, a la derecha del PSOE (solo «salva» al independentismo). Y se hace con adjetivos infamantes, que «escupen» desde una supuesta autoridad moral tan falsa como las fuentes en las que beben: el odio y la manipulación (creatividad la llaman) ¡hasta de la ley y la Constitución!, si conviene.
Por eso quiero reivindicar el verdadero valor de las palabras, sin frívolos jugueteos que las disfracen hasta trucarlas para darles un nombre en el relato (mi nieta María lo llamaría cuenterete) que esconda su real significado. Por ejemplo: aplicar una ley antes de aprobarla y llamar a esto ¡ensayo! o buscarle a la amnistía nombres varios que oculten su único significado: borrar los delitos de los elegidos para la impunidad selectiva que el jefe necesita para serlo, y después romper lazos y sembrar la tierra madre de señales de alerta que adviertan: ¡Cuidado, este es territorio acotado! Y aquí se paga peaje y se necesita pinganillo.
Pero no se preocupen. No pueden destruir ni quemar el patrimonio político común forjado en la democracia con el trabajo y la sangre, de un pueblo noble y leal, capaz de crearlo y protegerlo en el almario de España junto a la semilla del pan y aquel candil de la abuela que nos da luz con cualquier combustible. Pero, renace la esperanza.
Hace unos días, en el Congreso, Feijóo, (ya alternativa real) reivindicó, sin complejos, el espíritu de la Transición. Y cubrió la Constitución con el manto protector de millones de votos, para protegerla de agresiones como la «justicia creativa» que pretende reducir el Poder Judicial a un apéndice del Gobierno.