Metallica, «72 Seasons» y el arte de esculpir plomo

FERROL CIUDAD

El lanzamiento de «72 Seasons» da pie a una gira que arranca ya en Ámsterdam y recalará en Madrid en julio del 2024, en una doble cita en el Metropolitano

21 abr 2023 . Actualizado a las 11:54 h.

La irrupción de cada nuevo disco de Metallica se parece bastante a la elección de un alcalde en Ferrol. Al minuto de haber asomado el careto, ya está recibiendo. 72 Seasons, el lanzamiento que hace exactamente una semana sacudió el mundo del metal, ha desencadenado la consabida liturgia de vestiduras rasgadas y adhesiones inquebrantables, dejando por el camino alguna que otra muestra de saludable indiferencia. Solo es música, al fin y al cabo, aunque en ocasiones parezca que a alguien le vaya la vida en ello. Once trabajos de estudio, versiones, directos, experimentos y maniobras orquestales al margen, y una trayectoria de 42 años repartiendo turrón duro se van mereciendo ya una reflexión que huya del histrionismo habitual acerca de lo que estos cuatro individuos representan y continúan haciendo con su obra.

Por alguna razón, los astros se alinearon en su día para convertir a una banda californiana de sonido extremo en una multinacional capaz de estrenar su último trabajo en cines de todo el mundo y continuar llenando estadios sin despeinar sus menguadas guedellas, cada vez que deciden salir de gira y recorrer el planeta. A estas alturas, Metallica es, amigos, esa banda de metal homologada a todos los niveles que puedes citar en las cenas del embajador mientras masticas un Ferrero-Rocher, sin temor a que un gorila trajeado te ponga en la calle de dos remazos.

Con sus cuatro discos fundacionales, Hetfield, Ulrich, Hammett, y primero el malogrado Burton, y a continuación Newsted, desbrozaron decenas de nuevos caminos musicales que recorrer por la vertiente atronadora del dial. Con el quinto, el afamado Black Album, destrozaron para el género el techo de cristal de las audiencias millonarias. A partir de ahí, el asunto se tuerce, en un intento por surfear la marea del grunge que los conduce a graves extravíos, como el infame aunque terapéutico St. Anger, y esa colaboración bodriesca con Lou Reed que ni una sobredosis de orfidal ayudaría a digerir.

Desde aquella secuencia de Load y Reload con la que trató de reinventarse, Metallica se ha contagiado de un regusto dulzón. Algo así como un caramelo pegado a la suela del zapato del que, le pese a quien le pese, jamás va a desprenderse. La melaza está presente en Death Magnetic, su dubitativo regreso al buen camino; lo está en Hardwired, su trabajo anterior, un tiro mucho más afinado; y rezuma en los doce cortes que componen las 72 estaciones que nos ocupan. Así es el estilo que los de San Francisco se han ido currando en su renacer para la tralla. Y no está mal para unos tipos a punto de ganar 6-0 en casa. De acuerdo, en ocasiones las estrofas son un tanto irregulares, pero la voz de Hetfield suena agresiva. La batería de Ulrich está en su sitio. El bajo de Trujillo lo llena todo. Y los solos de Hammett han mejorado, en serio. La cosa gana con cada escucha. Tal vez ya no templen acero, pero saben esculpir plomo como nadie desde Black Sabbath. Hasta dan ganas de apartar las telarañas del bolsillo para volver a verlos en la gira que están a punto de arrancar, los muy bastardos. Maldita sea.