El obispo García Cadiñanos, aquí, donde Europa comienza

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL CIUDAD

Ramón Loureiro

26 feb 2023 . Actualizado a las 11:35 h.

En el seno de la Iglesia llama la atención —quiero decir que sorprende— el hecho de que el obispo de Mondoñedo-Ferrol, Fernando García Cadiñanos (Burgos, 1968), haya conseguido, desde una pequeña diócesis, y en poco más de un año de pontificado, convertirse en una auténtica referencia para el episcopado español.

A mí, sin embargo —y discúlpenme ustedes, de nuevo, esta mala costumbre mía de hablar en primera persona—, no me sorprende tanto. Porque García Cadiñanos, uno de los prelados más jóvenes de nuestro país (y no solo de nuestro país), un obispo que está, insobornablemente, del lado de los que sufren, ha asumido, desde el primer momento, la necesidad de que la Iglesia sea un lugar de encuentro. Un lugar de acogida para cuantos, creyentes o no, deseen acercarse a ella. Un cristiano, y él lo demuestra cada día, debe escuchar, y permanecer en permanente diálogo con la sociedad entera. Cosa que —dirán, tal vez, ustedes, con toda la razón— es una obviedad. Pero que no todo el mundo ha tenido tan claro siempre. De ahí que la Iglesia, en España — e insisto: eso es solamente es mi opinión, con la que no pretendo convencer a nadie—, se haya encontrado últimamente con más de un problema para hacer llegar su voz a toda la ciudadanía.

Hay personas, que de hecho me lo han comentado, a las que todavía les sorprende ver al obispo caminando solo por la calle, dirigiéndose a cualquier templo para decir misa en una tierra en la que, como sucede en todas las diócesis españolas, el clero escasea, y a menudo no hay ni quien celebre la Eucaristía. Y a otros les llama la atención que el obispo se ponga detrás de una pancarta. O que vaya de un lado a otro, multiplicándose, y estirando las horas del día, para lograr estar donde se solicita su presencia, conduciendo —siempre él personalmente— o su pequeño coche o el del Obispado. Pero, francamente, no entiendo qué hay de extraño en ello. Eso, que debiera ser lo normal en todas partes, no es otra cosa que el fiel reflejo el pensamiento del papa Francisco, que ha pedido una Iglesia en salida: una Iglesia que salga a la calle, no una institución cerrada en sí misma.

La Diócesis de Mondoñedo-Ferrol, la de la Galicia do Norte, viene del fondo de las edades: de los siglos V y VI, cuando a nuestras costas llegaron, tras la caída de Roma, cristianos britanos (o bretones, como ustedes prefieran) que, errantes, seguían a obispos como el legendario Mailoc. Entre sus prelados hay figuras como Fray Antonio de Guevara, maravilloso escritor renacentista a quien Cervantes cita en el prólogo del Quijote. Y su mágico territorio, una literatura en sí mismo, ha visto nacer a genios como Cunqueiro. Pero también es la más olvidada de todas las Galicias. Y el obispo lo sabe. Por eso no duda en alzar la voz frente a la injusticia. Aquí, donde, como decía Tabucchi, Europa comienza.