Y la luna, en la noche de invierno, admirando Ferrol desde lo alto

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL CIUDAD

05 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Obviamente, a estas alturas me resulta imposible recordar el título de la película. Como no recuerdo, tampoco, cuántos años tendría yo entonces (desde luego, no más de cuatro o cinco). Pero lo que sí recuerdo es que la primera vez que me llevaron al cine, concretamente al Perla de Perlío —aquella maravillosa sala a la que le debo tantas horas felices— , vi un documental, o algo que parecía serlo. Y la imagen que conservo de aquel día es la de un león de piel dorada atravesando, en la pantalla, la sabana. Poco después, en O Carballiño —donde Miña Madriña Carmen había ido a tomar las aguas—, me llevaron a ver una película de astronautas, de la que lo único que recuerdo es que los exploradores del espacio que la protagonizaban vestían trajes espaciales de color naranja, y que, en algún momento, uno de aquellos hombres perdía por completo la calma y quería salir de la cápsula.

Siempre he sido muy aficionado al cine. Y, por supuesto, a ir al cine: a ver las películas en una sala a oscuras, con las imágenes proyectadas en una gran pantalla. Los cines siempre me han parecido lugares maravillosos. No pueden ustedes imaginar la nostalgia con la que recuerdo todas las salas que tanto frecuenté en mi adolescencia y en mi juventud, y que hoy, por desgracia, ya no existen: el Franlaza (que estaba en Fene); el ya mencionado Perla, de Perlío; y en Ferrol el Capitol, el Avenida, el Rena, el Madrid París, el Cinema...

Los cines, que nos permiten habitar la ficción, son templos del arte de soñar. Como lo son, también, las librerías.

Por cierto, dos de las personas más inteligentes que he conocido en mi vida tuvieron librerías en la calle Real de Ferrol: Álvaro Espilla, que fue el propietario de Helios, y José Luis Santalla, el dueño de Quijote. ¡Qué dos grandes libreros...! Y qué extraordinarios seres humanos...! ¡Qué magníficos conversadores, llenos de sabiduría..!

El paso de los años ha ido transformando, casi por completo, mi visión del mundo. Y me ha hecho perder, incluso, la capacidad de soñarles grandes navíos a los arroyos que ahora casi oculta la maleza, pero que antes iban de molino en molino.

Puestos a no soñar, ahora ya no sé soñar, tampoco, globos de juguete que, tras haber dejado atrás el majestuoso mar de Ferrol, mar navegado por mágicos peces de piedra, suban por Escandoi y por A Capela hacia As Pontes, para adentrarse después en la Terra Chá y, una vez superado el Alto da Xesta —donde el cielo cambia siempre los colores—, bajar hasta Mondoñedo y esperar allí la llegada de la noche, mayormente para ver cómo les sonríen las torres de la catedral a las estrellas.

(Aquí, mientras les escribo, suena, dando la hora, como una caricia, la campana del santuario de Las Angustias. La fachada del teatro Jofre resplandece en la noche. Y la luna contempla, admirada, desde lo alto, el Arsenal, la ciudad y los barcos de la ría).