Amanuenses

José Picado ESCRIBANÍA DE MAR

FERROL CIUDAD

La base naval de A Graña, en una foto de archivo
La base naval de A Graña, en una foto de archivo JOSE PARDO

28 ene 2023 . Actualizado a las 18:27 h.

En el lateral de un mercado municipal había unos puestos de madera en los que los escribientes escribían cartas para aquellos que no sabían. A un lado el escribiente sentado en un taburete al pie de un mostrador que hacía las veces de mesa. Al otro un soldado, una sirvienta, una madre, un campesino recién llegado a la ciudad, un marinero desembarcado. Eran analfabetos y pobres que querían comunicarse con los suyos y necesitaban de alguien que pudiera escribir una carta para enviar y leer la que acababa de recibir. La escritura, en la guerra, era algo más que una técnica, más que una herramienta de comunicación. Era el cordón que unía a las gentes separadas, especialmente las separadas por hambre, miseria y necesidad.

El pasado 23 se celebró el Día mundial de la escritura a mano. Lo sé porque vi la noticia pasar en el scroll de un noticiario europeo, aunque el presentador no hizo la más mínima mención a esta efeméride. En alguna página de internet se dice que es una iniciativa de los fabricantes de papelería y útiles de escribir, ante la decadencia de esta actividad en el mundo. Cada vez se escribe menos a mano. Hace ya tiempo que no se estila el recado de escribir en los cafés, como ya advirtió Ruano en su día. Los niños no necesitan los cuadernos de caligrafía con renglones pautados y letras modelo para repetir en cada página. En los ultramarinos ya no se emplean las imprescindibles libretas de fiar en las que el comerciante escribía, con letra primorosa, el género y el importe que compraban los vecinos al fiado. Se escriben muy pocas cartas y casi ninguna tarjeta postal. El oficio de amanuense pasó a peor vida.

En la Estación Naval de La Graña hay un edificio que recibe el nombre de Amanuense como homenaje al noble cuerpo de escribientes de Marina. Sin la escritura no se podría alistar un buque, no se tendría inventario de sus pertrechos, no se apuntaría la existencia de víveres, no se dejaría constancia de las vicisitudes diarias en las hojas de servicios, no se enviarían mensajes a otras unidades. La escritura y la teneduría de libros fueron —y son— piezas sustanciales de una organización, juzgado, empresa o ejército; lo fueron hechos a mano y lo son con procesadores de textos o con programas de inteligencia artificial.

Ferrol, ciudad que fue letrada e ilustrada, de lápices, academias, libros y periódicos, bien puede acordarse de lo importante que es escribir a mano. No sólo porque fortalece la memoria, aumenta la capacidad de asociar ideas, ejercita la atención, mejora la concentración, estimula la agudeza visual y favorece la creatividad. Escribir a mano es como poner al cerebro a hacer gimnasia y eso ya parece una razón más poderosa que la de abandonarse en un algoritmo digital.